Un año después de la entrada en vigor de la Ley Integral contra la violencia de género, el balance tiene claros y sombras. Tal vez son más claras, pero sigue habiendo zonas oscuras. Para empezar, un dato positivo: todos sabemos que se ha acabado la impunidad y que la maquinaria judicial está afrontando el asunto más y mejor coordinada que antes. Es de una eficacia indudable que el 70% de las víctimas de maltrato cuenten con asistencia letrada desde el mismo día de la denuncia frente a un 20% que disponía de ese instrumento fundamental antes de la puesta en marcha de la ley. El abogado como garantía de defensa de los derechos más básicos es imprescindible para estas mujeres maltratadas, aunque, todavía, tres de cada diez víctimas no lo desean o no creen necesitarlo.

Pero también es cierto que en sólo 365 días han sido asesinadas 67 mujeres, una cada cinco días, una cifra muy superior a períodos anteriores, lo que no invita a la esperanza. La ley no ha servido para disuadir a los violentos y la publicidad que estos casos reciben en los medios de comunicación, dicen algunos que incita más a la imitación que al rechazo. Habría que debatir cómo dar esas noticias para no convertir en protagonistas a los asesinos. Tampoco son suficientes los veinte juzgados exclusivos para esta materia ni tal vez lo serán los nueve más que se ponen en marcha hoy y otros once en diciembre. Ha habido problemas en muchos de los 400 juzgados mixtos que compatibilizan este asunto con otros, donde la falta de medios es notoria. También faltan fiscales, como ha denunciado la juez Montserrat Comas , presidenta del Observatorio de Violencia Doméstica del Consejo General del Poder Judicial.

XES POSIBLEx, también que hayan aumentado las denuncias falsas y que, en algunos casos, se intente solucionar otros problemas por esa vía. Pero esos casos, en los que la justicia también tiene que ser ejemplar, no deben apartarnos de un objetivo que, en pleno siglo XXI, es ineludible: la violencia contra la mujer o contra los niños es la violencia más cobarde. Y eso pasa por una educación para la igualdad desde la escuela, por una educación en las familias que no mantenga resabios machistas, por medidas preventivas cuando se conocen casos de maltrato y, también, por un cambio de mentalidad en muchas mujeres: nunca una relación puede estar por encima de la propia vida, nunca deben aceptar el papel de víctimas, nunca hay que aguantar agresiones por amor . El amor es incompatible con la violencia. Ciento veinte mil denuncias en un año son un aldabonazo de que estamos haciendo mal muchas cosas. francisco.muroplanalfa.es

*Periodista