El responsable de un periódico crítico, un diario que murió demolido --literalmente-- por la intransigencia liberticida, se enfrentaba a un alto cargo del Movimiento, que le exigía "respeto y acatamiento a los principios y logros del 18 de julio".

--¿De qué año?-- respondió, haciéndose el distraído, el periodista.

Por supuesto, la distracción costó una nueva sanción a aquel diario, que de manera tan trágica y espectacular estaba destinado a perecer bajo la dinamita no mucho después. Y es que con los principios inamovibles del 18 de julio (de 1936, naturalmente) no se jugaba. Entonces.

Nunca me ha gustado revivir ese pasado, que no ha dejado de dividir a los españoles, aunque siempre comprendí que una de las muestras de talento (y de talante) político de nuestra ciudadanía consistía en enterrar muchos agravios y en no mirar hacia atrás ante tantos horrores. Más o menos como después ocurriría, exactamente cuarenta años después de aquel levantamiento de Franco y sus generales, con motivo del inicio de la transición. Fue un acto de generosidad mutuo que vino muy bien a los habitantes de este país, que emprendieron un recorrido insólitamente fructífero y próspero.

Me resulta, por tanto, difícilmente explicable el afán de reinventar memorias históricas y de reescribir, cual nuevos vencedores, una Historia que poco a poco ha ido poniendo a cada cual en su sitio. Y, así, desde sectores ultraderechistas se quiere ahora potenciar la figura de Franco como si fuese un caudillo victorioso ante el desastre y un salvador de la Patria ante el caos (y en alguna radio y en ciertos libros recién editados se da pábulo a esta interpretación, tan falsaria). Por su parte, desde zonas afectas al Gobierno (y conste que no equiparo a unos y otros, de ninguna manera) se acude a resucitar una memoria histórica que puede que, siete décadas después, tenga sentido en ámbitos académicos y como reportaje en las televisiones, pero no desde el impulso oficial.

Me dicen algunos que el Gobierno ha entendido el mensaje (recordado, y creo que oportunamente, este domingo por Rajoy en la clausura del campus veraniego de la Fundación de Aznar ). Y que, contra la opinión explícita y militante de Izquierda Unida, va a minimizar el alcance del tan citado y preparado, pero nunca completado, decreto sobre la memoria histórica . Que una cosa es reparar, aunque sea a título póstumo, una gran injusticia hacia los vencidos (y hacia algunos vencedores), y otra muy diferente volver a señalar culpabilidades con el dedo, como se pretende, por lo visto, hacer en los colegios con los niños obesos, para facilitar su integración dietética.

Haya rectificación o no, es el caso que existe una tentación autoritaria en sectores del Ejecutivo. Desde la pretendida reforma del Código Penal en materia de seguridad vial (a la cárcel si sobrepasas la velocidad prescrita) hasta determinados aspectos del plan contra los malos hábitos alimentarios, en el equipo de ZP se detectan veleidades propias de monarquía absoluta: obliguemos al pueblo a que sea feliz, sano, limpio de corazón y de mente. Y a que se entere de la verdadera Historia de la nación, contada, naturalmente, por los nuevos vencedores.

Así las cosas, ¿cómo espera la oposición --que, diga lo que diga Rajoy, por otra parte, sigue aferrada al no a todo -- que cuenten con ella, cuando aquí no cuenta para nada el resto de los españoles, esa mayoría que no está ni con una orilla ni con la otra?

Ojalá que el 18 de julio de 2006 resulte el inicio de un acuerdo básico nacional sobre el pasado, el presente y el futuro. Aunque, la verdad, no parece que vayan por ahí los tiros, nunca peor dicho.

*Periodista