Al cumplirse dos siglos del levantamiento popular del 2 de mayo de 1808, persiste el debate acerca del significado histórico e ideológico de aquella fecha y de los sucesos concatenados con ella. Frente a la impresión muy extendida de que la efeméride fue el punto de partida del nacimiento de una nación, que se concretó cuatro años después en las Cortes de Cádiz y la aprobación de una Constitución de corte liberal, no es menos sólido el parecer de aquellos que solo ven en los sucesos del 2 de mayo un movimiento popular contra la ocupación napoleónica de la península y a favor de Fernando VII. Menos controversia hay en cuanto al carácter homogéneo de la oposición al ocupante y, por esta misma razón, a la pronta complicidad con la revuelta de las mejores cabezas liberales, sin distinción de territorios. Basta repasar los hechos de armas o las inquietudes de los diputados de Cádiz para llegar a esta conclusión.

La herencia artística, ensayística y literaria del siglo XIX español recoge con enorme riqueza y variedad de registros este panorama, no pocas veces deformado por el calor de la discusión. Acaso la única gran coincidencia de todas las corrientes de pensamiento sea conferir al 2 de mayo un carácter seminal. Lo tuvo, en todo caso, para los liberales de Cádiz, que vieron en la guerra contra el ocupante la ocasión de fundar un Estado moderno y unitario, heredero de las Luces. Y lo tuvo para los afrancesados, que creyeron llegada la ocasión de barrer el antiguo régimen de la mano de una dinastía nueva, encarnada en la figura de José I Bonaparte. Ni unos ni otros lograron que sus sueños se hicieran realidad, y la restauración borbónica llevó aparejada el peor oscurantismo.