En los fastos del régimen franquista el 20-N fue una fecha conmemorativa y apologética, en la que la dictadura se legitimaba a sí misma, año tras año, recordando a los muertos que cayeron por la causa nacional , es decir, la causa vencedora en la guerra civil. Esa conmemoración dejaba fuera a los caídos del lado republicano, pues, por lo visto, la causa de éstos no era nacional.

Ese día se conocía también con el nombre del Día del Dolor, pues en esa fecha de 1936 fue fusilado Primo de Rivera. Por extensión se dedicó también esa conmemoración a honrar la memoria de los Caídos por Dios y por España , ya que sólo ellos tuvieron el privilegio de morir por nobles ideales, no como los muertos del bando contrario que, como se sabe, eran ateos, apátridas y estaban vendidos al comunismo.

Con la muerte del dictador la fecha del 20-N estaba destinada a desaparecer de los fastos políticos, dado que esas y otras conmemoraciones oficiales resultaban discriminatorias y relegaban al silencio a una parte de la población con familiares muertos en el bando republicano.

Los nuevos tiempos exigían eliminar del calendario esas conmemoraciones de la propaganda franquista. La España del silencio y de la paciencia aguardó calmosamente a que la muerte hiciera su trabajo para reclamar el espacio cívico que la dictadura le había negado durante cuarenta años. Por ironías del destino, la muerte del dictador ocurrió, precisamente, en un 20-N; de modo que la que fuera fecha infausta para la dictadura se convirtió en una fecha fausta para la democracia. La fecha en la que la propaganda del régimen exaltaba a unos caídos y relegaba al olvido a otros terminó por decantarse a favor de los silenciados, los muertos anónimos de las fosas comunes.

Y, por último, a los 27 años de la muerte del dictador, otro 20-N, formando esta vez una serie capicúa con el año (20-N-02) la democracia recuperada celebraba sus bodas de plata con la condena unánime de la dictadura franquista en el Congreso de los Diputados.

Es posible que el anciano general muriese con la conciencia tranquila y la satisfacción del deber cumplido. Aduladores no le faltaron, especialmente entre los jerarcas eclesiásticos, que le hicieron creer que era un hombre providencial y que elevaron a la categoría de cruzada lo que fue llanamente un golpe de estado, un crimen de lesa patria.

Lo que hizo el general rebelde estaba ya catalogado en el género del disparate entre los antiguos teóricos de la política. Es lo que parece desprenderse de una frase que nos ha llegado a través de Séneca, el rétor (padre de Séneca, el filósofo, y abuelo del poeta Lucano, sobrino del segundo). La frase en cuestión dice: Quis, ut seditionem leniret, turbavit rem publicam? (Contr. 2.6.4.23). O sea, "¿quién, para aplacar revueltas, trastornó el estado de derecho?".

Esa pregunta, a primera vista incontestable, por absurda, tiene respuesta en los nombres de los militares que se rebelaron contra el legítimo gobierno de la República.

*Catedrático de instituto