Cuando hace dos años y medio empecé a leer análisis sobre la recesión que venía (y el tipo de crisis que iba a acarrear), mi primera reacción fue de incredulidad. Bastó entender que los mecanismos que motivarían esta crisis eran los mismos que habían funcionado como solución a la anterior para, sencillamente, rendirme a la evidencia. Venía una gigantesca ola en forma de turbulencia financiera. La única cuestión era cuándo.

Mientras, lo que era lectura para iniciados se hizo, en cierta forma, de común conocimiento. Para que los que lean habitual (o circunstancialmente) esta columna no les será tan extraño: hace dos años que se relató que estábamos inmersos en el final del ciclo económico de crecimiento. Pero lo cierto es que, como me pasó a mí en un primer momento, en España apenas se asumió esta idea.

En realidad, era una postura lógica. Estamos «diseñados» para entender mejor el corto plazo, y no se avistaba un parón en el crecimiento del país en 2-3 años. Por otro lado, tendemos a confiar siempre en una mejora de las condiciones, especialmente cuando las señales son todas positivas o nos afectan directamente. Cuesta creernos que va a haber un giro, porque el entusiasmo y la confianza no se transfieren, sino que se contagian.

Pero si echamos un vistazo a las grandes recesiones del último siglo (el crack del 29, la gran crisis de 2008) el panorama es justo como el actual: nadie atendía especialmente a los (crecientes) problemas económicos porque todo «va bien». Así se forman las burbujas y se acrecienta la intensidad de una recesión.

Pero, claro, había que ponerle el cascabel al gato. ¿Cuándo empezaría? Falta saber exactamente el momento (complicado, ya que en el detonante siempre interviene el aleatorio factor «humano». Apuesten al último trimestre del año), pero 2019 es el año de la eclosión.

Riesgo político. Tendemos en exceso a relacionar la economía con la política. Obviamente hay correlación, pero en economías sin capacidad monetaria como la nuestra (se decide por el BCE), su influencia es menor. También (y es algo difícil de entender después de 2008) minusvaloramos las consecuencias de la interconexión de la economía a nivel global. Más fácilmente nos daña un decrecimiento en la inversión exterior china que una decisión de política fiscal patria.

Las cifras «macro» suelen tener este efecto: «premian» las inercias de la economía más que anticipan lo que está por venir. Mejores indicativos son el comportamiento de los mercados bursátiles y el ritmo de creación de empleo. Vivimos ahora mismo continuos sobresaltos en los mercados (la volatibilidad ha venido para quedarse). Nos avisan de que el empleo no estacional está prácticamente paralizado. Pero, claro, el crecimiento esperado para el 19 vuelve a ser superior al 2%. ¿De veras no les recuerda todo esto --estremecedoramente-- a 2007?

Trump, Bolsonaro, brexit, Cataluña. Es atractivo poner el foco en ellos, y desde luego tienen su relevancia económica. El riesgo político puede servir como detonador, pero no será causa. En España, lo que podríamos pedir es adecuar las políticas fiscales a un entorno futuro de menor crecimiento, incluso si no quiere asumirse en las proyecciones una recesión. Pero ya ven: mayor gasto y exigencias desde el propio sector público (comunidades autónomas). Con más impuestos, por supuesto. Agotando el margen de actuación del gobierno y de los contribuyentes cuando no nos sea tan fácil seguir financiándonos externamente.

¡Es la deuda, estúpido! Si ustedes prestaran un dinero a alguien, ¿cuándo creen que habría más riesgo, si les devuelve el dinero en un par de semanas o les dice que será en un par de años? Obviamente, la segunda opción. Si esto se invierte es porque algo les indica que el riesgo es igual al corto plazo: no se fían. Pues esto esta pasando en Estados Unidos con la curva de tipos de interés (mide la relación de la deuda pública a 2 años comparada con la de 10 años).

La solución a la gran crisis de 2008 fue la inyección global de una enorme cantidad de «dinero», creado artificialmente por los bancos centrales. Para esterilizar en la economía estas cantidades (que no se conviertan en una devaluación en los precios simplemente porque la moneda «vale» menos) se necesitan crecimientos estables por encima de 3%, aumento del empleo y la productividad. Y reducir la deuda que ese dinero.

¿Creen que todo eso ha ocurrido? Ni siquiera los bancos centrales han sido capaces de contraer sus balances (en resumen, el dinero en forma de deuda que han inyectado). Es decir, que la solución que aplicaron en 2008 ya no cabe porque no hay margen. La eclosión.