El desgobierno, la sinrazón, el caos, el miedo, desorientan, atenazan, hieren, quizás de muerte, quizá de odio que es como otra muerte, menos trágica, no tan definitiva, pero sí verdadera, porque ese odio es una muerte de lo humano, o una herida profunda clavada en el corazón. Alguien dijo que el hombre es lobo para el hombre. Y es verdad, con la diferencia de que el lobo mata sin sentido, mata mucho, pero sin odio.

Yo no sé qué pasará en Cataluña el día veintiuno. Nadie lo sabe. Será el principio de algo o el final de algo y eso tampoco lo sabemos. Quizá intuimos cosas, hacemos conjeturas, nos agarramos al tranvía del morbo, sufrimos, tenemos miedo, no sé.

No entro en detalles de cómo está la situación en Cataluña porque eso nos lo cuentan todos los días, más o menos, en la caja tonta, que ya no es tan tonta, ni tan caja.

Pero miramos la pantalla encendida de noticias, iluminada de actualidad, rebozada de drama o de tragedia, a menos que optemos por otros programas, frívolos, entretenidos o lo que sea, con tal que no sean de tan inquietante actualidad. Porque nuestro presente está lleno de historia, descabellada o incomprendida como toda la historia que aún no ha pasado a la historia. Pero esto nos perturba o asusta o inyecta vida a nuestra vida o todo esto a la vez.

Nos asomamos a la ventana de la incertidumbre o quizá del miedo o del pánico. Porque el organismo de nuestro país tiene malherida una parte de su anatomía y quizás herida de muerte.