Desde que se instauró la democracia en nuestro país nunca he faltado a mi cita con las urnas porque tengo la certeza de que mi voto, mi insignificante voto, servirá para fortalecer la democracia, incluso cuando los resultados no son de mi agrado, o la victoria no recaiga en la formación que a mí me gustaría que ganase. Quedarse en casa, hacerles ascos a los políticos, decir eso tan manido de "total, si son todos iguales", me parece una actitud tan legítima como cualquier otra, pero con la que no estoy en absoluto de acuerdo. ¿Por qué? Porque el desánimo, el desencanto es contagioso, aún aceptando que las cosas podrían ir mucho mejor, que los políticos podrían tener más talla, más cintura, más preparación intelectual, también es cierto que son el reflejo de la sociedad en la que vivimos. Ni mejor ni peor, simplemente son como la mayoría de los ciudadanos de nuestro país, con sus defectos y sus virtudes, de ahí que al desprestigiarlos nos estamos desprestigiando a nosotros mismos, a la esencia misma de la democracia, que como bien dijo Winston Churchill es el peor de los sistemas políticos posibles, a excepción de todos los demás.

Recuerdo que cuando Jesús Gil y Gil ganó las elecciones municipales en Marbella muchos fueron los que se alegraron porque estaban hasta el moño de los partidos tradicionales y pensaron que con savia nueva las cosas mejorarían. Es evidente que no fue así. Que tenían razón quienes gritaban "no es eso, no es eso". Fue así como Gil se hizo con el poder, previo paso por las urnas sí, y no una vez sino en varias elecciones, lo que le permitió aplicar sus medidas particulares para sacar a Marbella de la ruina. El resultado de aquella aventura populista es de todos conocida: la mayoría de los que se subieron al carro ganador de Gil acabaron sentándose en el banquillo por fraude, por blanqueo de dinero, por golfos y ladrones.

Con esas mimbres lo lógico sería pensar que a los giles de turno se les impidiera presentarse a las elecciones por una comunidad o un ayuntamiento. No se ha hecho así ni en Valencia con el Gürtel ni en Baleares, ni otros lugares de España, con gran descrédito para la política y los políticos. En nuestra mano está ahora dignificar la vida pública no votando a todos aquellos que haciendo caso omiso de la honestidad y la ética se han aprovechado de bienes que son de interés general, evitando así que unos cuantos desaprensivos --como ocurrió en Marbella--, dejen en la ruina un país que tanto ha costado levantar.

De manera que indignados sí, y mucho, sobre todo con los que creen que España es un cortijo que les pertenece, con los que impiden que nuestros sueños se hagan realidad, que nuestros hijos no tengan acceso a las mejores escuelas o nuestros enfermos a hospitales que por lo que cuestan deberían ser los mejores del mundo, y lo son en aspectos como la atención, la dedicación de todos cuantos trabajan en nuestros hospitales, pero no en la utilización partidista que algunos políticos hacen de la Sanidad Pública.

Estando de acuerdo con esos jóvenes que están iniciando algo que ni ellos mismos saben bien a dónde les llevará, sí me gustaría decir que indignados sí, pero sin renunciar a depositar sus votos en las urnas, poniendo en ese acto tan personal cabeza pero también con el corazón.