La complejidad analítica de las últimas elecciones generales no cabe en este espacio. Por eso me centro solo en una de las características más relevantes del 26-J, su naturaleza paradójica, que además sirve para tratar tangencialmente algunos de sus aspectos importantes.

La primera paradoja es la de los éxitos que son fracasos, o viceversa. Uno de los debates principales se está produciendo sobre el fracaso de Unidos Podemos. Es importante recordar que UP es una coalición de tres fuerzas nacionales (Podemos, IU y Equo) y tres regionales (En Comú Podem, Compromís y En Marea), que de las seis formaciones tres no existían en las elecciones generales de 2011 (Podemos, En Comú Podem y En Marea) y que las otras tres sumaron en aquella convocatoria 2.028.094 votos. Es decir, que UP (5.049.734 votos el 26-J) ha logrado consolidar el crecimiento en algo más de tres millones del espacio a la izquierda del PSOE.

Este éxito ha sido visto como un fracaso por dos razones. La primera, el mejor resultado del 20-D, cuando la suma de las mismas fuerzas logró 6.139.494 votos, un 18% más: en la primera contienda electoral, en solo seis meses, la coalición ha dilapidado uno de cada cinco votos. La segunda razón está marcada porque no se ha cumplido su expectativa hegemónica a corto plazo, ni en la globalidad ni en la izquierda.

En el PSOE está ocurriendo lo contrario, un fracaso se está viviendo como un éxito. Ha cosechado el peor porcentaje (22,66%) desde 1977 y el menor número de escaños (85) desde 1979; en escaños representa algo parecido a lo que fue al principio de la Transición y en votos ha vuelto a la etapa primitiva de su auge popular con la República.

Si se está analizando como un éxito es porque se esperaba algo peor. Marcado como el partido que comenzó a aplicar la austeridad impuesta desde la UE en 2010, con UP en la cresta de la ola y con un liderazgo frágil por las graves disensiones internas sobre la estrategia política a seguir, el PSOE ha demostrado una enorme fortaleza. Respecto a las elecciones de diciembre ha crecido en porcentaje (0,66%), y solo ha perdido cinco escaños (a pesar de la táctica electoral de unir Podemos e IU) y un 2% de votos. Respecto a las elecciones de 2011 --donde ya pesaron los recortes y el 15-M pero no existía UP ni concurría Ciudadanos-- ha perdido 1.578.802 votos, es decir, en cinco años casi los mismos que UP en seis meses. Eso significaría que de su techo electoral (11.289.335), solo el 14% lo habría perdido de forma más o menos permanente a favor de las nuevas fuerzas, mientras que el 38% se podría recuperar, lo que supone un sólido muro contra el sorpasso y un amplio margen de mejora que evitaría la temida pasokización.

La segunda gran paradoja es más común: la mayor movilización de la izquierda (nuevos partidos, mayor competitividad entre ellos, intenso debate público) ha dado votos a la derecha (a pesar de fragmentarse en dos partidos).

Esta paradoja se explica fácilmente desde dos ideas: la primera es que los extremos llaman a los extremos (la mayoría de los españoles ven a UP en la extrema izquierda) y la segunda es que las élites de la derecha son más eficaces en la labor de representatividad social de sus votantes. Es decir, los españoles de centroderecha se sienten mejor representados que los de centroizquierda y también se movilizan mejor ante la "amenaza" externa.

La tercera gran paradoja es que el levantamiento popular del 15-M, cinco años después, comienza a fracasar en su principal objetivo a causa de su éxito. Habiendo conseguido reducir la representación del bipartidismo de un 84% a un 73% (-11%) en 2011 y del 73% al 51% (-22%) en 2015, el éxito electoral de diciembre ha supuesto paradójicamente la bisagra de regresión, pues el bipartidismo ha pasado del 51% al 56% (+5%).

Estas tres paradojas confluyen en un mismo punto, que es su clave interpretativa: lo electoral no coincide con lo social. O sea, que la crisis de representación no ha terminado con el cambio del bipartidismo al multipartidismo, y esa crisis afecta casi exclusivamente a la izquierda. El anhelo transformador del 15-M permanece y la necesidad de los viejos y los nuevos partidos es nítida, pero los españoles (sobre todo de izquierdas) no sienten que las personas que pilotan el proceso sean las más adecuadas ni que los proyectos políticos que representan vayan en la buena dirección.

Y he aquí la paradoja de las paradojas, que emana de las tres anteriores: cuando más izquierda pide la situación social (más desigualdad, peor empleo, menos Estado de bienestar), es cuando la derecha obtiene más voto (el 51%, contando todo el voto de centroderecha, respecto al 48% del 20-D). A pensar.