Sí, este año he cumplido los 50. En mi sinceridad mezclada de irreverencia, voy a recomendar a todo el mundo que pueda que intente llegar a esa edad. Y es que durante todo el 2016, especialmente en los últimos meses, he repetido hasta la saciedad que ahora me encuentro mejor que en los 40. Física y psicológicamente, que conste. Puede que hace 10 años fuera un crío, con todo por hacer aún, pero ya me ha llegado eso que dicen que es la madurez. Entre medias, algún susto en forma de enfermedad grave, pero aquello ya pasó. Que se joda el cáncer, al que vencí.

¿Qué son los 50? Pues una saludable edad. Se supone que no eres ni joven ni viejo y que tienes ya bagaje necesario para no cometer errores infantiles y que encaras una etapa de la vida en la que la tranquilidad diaria tiene que ser un objetivo. Me encanta hacer cosas mundanas como correr por el parque del Príncipe o ir a conciertos en Cáceres, aunque realmente asisto a pocos por razones familiares y sobre todo laborales. También me gusta tomarme las cervezas con familia y amigos cada vez que se tercia.

Este año, he viajado a Ámsterdam unos días para celebrar como Dios manda los 50, y no solamente los míos, sino los de un puñado de grandes amigos. Parecíamos todos adolescentes, para qué negarlo. Casi las mismas bromas que en el instituto cacereño donde dimos nuestros primeros pasos e hicimos el gamberro fuera de casa. Y hace unos días, el bueno de Miguel, que no pudo venir a Holanda, se desplazó desde Valladolid a Cáceres solamente para invitarnos a cenar.

Un privilegio, para mí, que a mis 50 comparta mesa y barra de bar con los mismos. Además, qué carajo,

con 50 ejerzo el periodismo con responsabilidad en el diario de mi ciudad, en el que de niño ya soñaba escribir. Y llevo 30 haciéndolo. Los que no hayáis llegado, por favor, hacedme caso: la mejor edad, los 50.