Cada 8 de marzo me acuerdo de ese recorte de periódico que recibía de una compañera. Gabriel García Márquez escribía en El País sobre María Moliner, la mujer que escribió un diccionario, Moliner fue en 1972 la primera mujer cuya candidatura se presentó en la Real Academia de la Lengua Española, pero como decía García Márquez «los muy señores académicos no se atrevieron a romper su venerable tradición machista» y no fue académica. Ella al conocer la decisión y, por lo tanto, no tendría que dar el discurso de admisión dijo: «¿Qué iba a decir yo? Si en toda mi vida no he hecho más que coser calcetines». En La ridícula idea de no volver a verte, Rosa Montero recuerda como Marie Curie relata en la biografía de Pierre Curie: «Nuestra convivencia era muy estrecha: compartíamos los mismos intereses; el estudio teórico; los experimentos de laboratorio; la preparación de las clases y los exámenes. Nuestros recursos eran muy limitados, así que yo debía encargarme de la casa, además de cocinar». Marie Curie fue la primera mujer en recibir el Premio Nobel de Física, pero convendría recordar que el comité seleccionador del momento se opuso a concedérselo por el mero hecho de ser mujer, lo recibió bajo la amenaza de Pierre Curie de no recoger el galardón.

Margarita Salas cuenta que cuando volvió de Estados Unidos y le otorgaron el premio Severo Ochoa de la fundación Ferrer su director de tesis dijo: «Cuando Margarita vino a pedirme trabajo para hacer la tesis doctoral pensé: Bah, una chica. Le daré algo sin importancia, porque si no lo saca adelante no importará».

Podría contar una y mil anécdotas de mujeres de antes y de ahora, y de allí y de allá, pioneras en sus profesiones que forjaron nuestra historia contra viento y marea, concretamente, contra el doble de dificultades por tener un sexo determinado, sin embargo, habrá de otras muchas que no podré contar nada de ellas porque hicieron un trabajo silencioso, escrupuloso y profesional, pero no obtuvieron todo el reconocimiento que merecían, o ninguno, nunca ocuparon su espacio, brillantes mentes apartados en la sombra, algunas, quizá, bajo pseudónimos, ¡qué sabemos! A otras, directamente, se lo negaron todo.

Todas ellas, todas las que nos precedieron, todas ellas con su lucha diaria, su compromiso, su trabajo, su ejemplo, han permitido los avances en materia de igualdad que hoy conocemos, sus pasos han sido los de todas, y por eso es tan importante que sigamos nosotras su camino emprendido, con la misma fuerza, permitidme que en este caso sí miremos atrás para coger impulso, negándole la mayor al refrán. Aún quedan muchos muros que tirar, muchos puentes que tender, acabar con tantos techos de cristal... Nuestra voz debe continuar fuerte y unida. Cuando se nos pide silencio o cautela ante lo que es una injusticia como lo es la desigualdad entre un hombre y una mujer, ¿qué se nos está pidiendo realmente o qué inacción se pretende? Cuando hablamos, por ejemplo, de desigualdad salarial, no pensamos de forma unánime que un mismo trabajo, mismos méritos, igual salario, iguales condiciones. ¿Por qué esto no sucede entre un hombre y una mujer? ¿Por qué no se puede hablar de esto? ¿Dónde reside el enfrentamiento en reclamar igualdad?

Una sociedad más justa, más avanzada, más progresista, es también más igualitaria, la gran arma para combatir el machismo, más igualdad es menos machismo, además de una lección educativa maravillosa, la mejor de todas. El machismo es un fracaso del conjunto de la sociedad, una sociedad machista es una sociedad fallida.

Cada 8 de marzo, cada día Internacional de la Mujer, nosotras, clamamos que somos la mitad del movimiento y la vida, que ser igual significa libertad, y que significa democracia.

¡Nos vemos esta tarde llenando las calles!

A ellas.