THtabía coincidido con aquel tipo en varias ocasiones por las calles de Cáceres. En los bares del centro, saliendo por la Madrila. Quizá ya tantas, que olvidé su nombre. Las últimas veces recuerdo que ya solo me pedía dinero. Al principio, entablábamos una conversación que, aunque de pocos minutos, me servía para conocer el estado de ánimo de aquel joven de barrio humilde, sin oficio conocido y al que a veces también veía paseando con su padre.

No he sabido por qué, pero ya me resulta casi imposible intercambiar unas frases con él. Como si el tiempo fuera su enemigo, ese joven se ha ido abandonando y es raro verle sereno, deambulando de local en local. Imagino que esta historia no es nueva y que a veces la calle puede convertirse en el mejor refugio cuando no existe un hogar. O quizá, quién sabe, cuando ha ocurrido algo que aún no has entendido o sigues sin superar.

De vuelta a casa, hace unos días, le encontré en la puerta de un bar. El dueño le había invitado a salir de buenas maneras porque molestaba a los clientes. Solo repetía una frase: "La vida es una mierda". Por un momento, pensé en el futuro, en su futuro dentro de unos años o solo unos meses. Dónde podría ir a parar aquel chaval que había ido perdiendo el gesto hasta parecer más mayor de lo que era.

Me pregunto cuánta vida, cuántas oportunidades le quedan. Ayer, en la feria, le vi de nuevo. Apenas se mantenía en pie. Solo. Otra vez deambulando, otra vez perdido. Ojalá que la próxima vez sea diferente. No fui capaz de hablarle. Quizá porque yo tampoco tenía respuestas a lo que le pasaba por su cabeza. No te abandones, chaval.