Tengo un amigo, que tenía un abuelo, que tenía un abanico. --¡Vamos Nachete! --le dijo un día a mi amigo--. ¿Cuál es el color que más te gusta? Mi amigo dudaba, y sus por entonces infantiles ojos navegaron por lo que consideró Todo el mundo del color hasta que finalmente Nacho se decantó por uno. --¿Estás seguro de que este es el color que más te gusta? Y cuando el chaval se hubo ratificado, el anciano sacó del bolsillo otro abanico con cinco o diez veces más variedad de colores, y ante la atenta mirada de mi amigo se desplegó la más amplia gama de opciones con las que jamás hubiera soñado.

Cuando llega el momento de votar siempre tengo la sensación de tener que elegir entre cuatro varillas de abanico rotas. Y me pregunto si no será nuestro sistema de recuento electoral, o sea el método DIHondt, el que ha ido arrancado o deteriorado las varillas, y el que impide que surjan otras nuevas. No sé si el que hubiera una gran variedad de partidos, verdaderamente era un problema para todos nosotros, o solo era un problema para los tres partidos no nacionalistas que consiguieron sobrevivir a la masacre matemática de partidos que generó nuestro método de contar los votos. Pero de lo que sí estoy absolutamente seguro, es de que en estos momentos la inmensa mayoría de ciudadanos o pasamos de votar, o nos hemos resignado a votar la opción que en cada momento nos parece la menos mala. Y cuando matamos ilusiones, matamos casi la única parte atractiva de la política. ¿Casi?

Miguel Angel Castro **

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