Hace dos años, en el inicio de esta crisis monumental, quedó palpable el primero de los abismos, el que separaba la economía real y la economía financiera: mientras los mercados de capitales crecían al 60%, las economías más saneadas del planeta lo hacían a ritmos quince veces inferiores. Después vino el abismo que separaba la realidad y la visión que de ella tenían quienes estaban llamados a gestionarla, el que llevó a los dos grandes partidos de este país, por ejemplo, a prometer el pleno empleo en las últimas elecciones generales. Eso está escrito. En la miopía persistió el gobierno actual con unas dosis de voluntarismo y optimismo que han resultado letales, mientras desde la oposición sonaban sin cesar las trompetas del Apocalipsis.

Hace una semana Europa se asomaba al abismo generado por los efectos multiplicadores de la crisis griega, y el pasado miércoles el presidente Rodríguez Zapatero nos mostró el que nos espera con las drásticas medidas que pretende adoptar para combatirlo. En la gatera ha tenido que dejar muchas de las proclamas repetidas como irrenunciables durante los últimos meses, mientras quienes le reclamaban cirugía radical le echan en cara ahora el dramático recorte en el recorte social que anuncia. Una disonancia sólo comparable con la que nos han ofrecido en los últimos tiempos los adalides del libre mercado reclamando como plañideras la intervención de los Estados.

Para aderezar la situación doméstica, consignemos el abismo insalvable que separa a Zapatero de Mariano Rajoy y a sus respectivas formaciones, y el que se anuncia que se abrirá entre las organizaciones sindicales y el gobierno cuando estas medidas se materialicen. Y el peor de todos, el que separa a los líderes políticos y los ciudadanos, manifestado en la última encuesta del CIS según el cual un 75% manifiesta poca o ninguna confianza en quien gobierna y una desconfianza aún mayor, el 82%, en quien aspira a hacerlo. A este paso, más que elecciones anticipadas, ambos partidos deberán convocar congresos extraordinarios.