A esta izquierda que acorraló a Aznar con su ecologista plañir de ¡Nunca mais!, su multitudinario grito de ¡No a la guerra!, y su electoralista proclama de ¡Queremos saber!, le inquieta que vociferen en la rúa los que no son ellos. Con heroica insistencia y contra el legendario grito de ¡La calle es mía!, se la jugó contra el poder en valiente defensa de las libertades pero ahora parece que sólo ella es la depositaria de la voz del pueblo. Así la elegante vicepresidenta con irritados pelos de punta define a los que abuchearon a Zapatero en el clásico de las Fuerzas Armadas como la derecha intolerante. Tampoco el eficaz Blanco lleva bien que la multitud se lance a protestar contra el aborto y afirma que a la derecha sólo le preocupa el feticidio cuando gobierna la izquierda. Mas otros intuyen que a la izquierda sólo le preocupa la guerra cuando gobierna la derecha. Mucho antes de que la manifestación fuera un éxito ya se lo temían y andaban políticos y medios acusando a los díscolos gritones de pecados variopintos: oportunistas tapa-Gürtel, derechazas, hipócritas, manipulados y crueles por querer encarcelar a mujeres traumatizadas. "No les preocupa el aborto", claman, "sólo quieren atacar a Zapatero". Con escocido autoritarismo critica Aído al PP y así desoye a la calle --y a Bono -- que no son los populares, ni los obispos, ni los antisocialistas, sino personas libres que consideran un espanto matar un feto de catorce semanas --o veintidós-- y el aborto libre a los dieciséis años. Yo no voy a manifestaciones aunque me repugnan por igual aborto y guerra. Ellos hoy ignorarán el clamor como otros hicieron antaño y el mal no será menor por ser legal. Criticar esa ley no es odiar al Gobierno ni oponerse a que la mujer use libremente de su cuerpo porque la vida ajena que alberga en el embarazo no es su cuerpo. Muchos agnósticos, cristianos, judíos, musulmanes --humanos, en fin-- piensan lo mismo. No son hipócritas ni de derechas. Salen a la calle y lo gritan. Yo lo escribo. Con todo respeto.