El viernes falleció el pintor valenciano Juan Genovés. Al enterarme de la noticia me vino a la cabeza su cuadro ‘El Abrazo’, icono de la transición, símbolo de la reconciliación de un pueblo después de 40 años de dictadura, y no pude por menos que sentir tristeza. En esta España nuestra somos muy de abrazar, de sentir a los que queremos y nos quieren, y ahora que los abrazos se han convertido en algo imposible por el desencuentro que vive nuestra clase política, no deja de resultar irónico que quien plasmara en un cuadro el espíritu de entendimiento de nuestra sociedad de entonces haya dicho adiós.

El cuadro lleva aparejada una historia llena de simbolismos que, tras conocerla, nos hace sentir orgullosos de lo que fuimos capaces de hacer en este país. ‘El abrazo’ empezó a pintarse en el año 1973. El autor, activista contra la dictadura, buscaba con su obra reflejar la reconciliación, la libertad, la búsqueda de un nuevo futuro de los españoles con la llegada de la democracia. Vivía junto a un colegio y un día vio salir a los niños de clase y observó cómo se abrazaban y se dijo «esta es la idea». Así lo contó el artista en multitud de entrevistas y así lo plasmó en una obra que después, ya terminada en 1976, utilizó la Junta Democrática como metáfora para exigir la liberación de los presos políticos en España tras la muerte de Franco.

Más tarde Amnistía Internacional también usó la imagen para uno de sus carteles, los cuales llenaron miles de paredes en toda España. De hecho, uno de los acontecimientos más trágicos de la historia democrática española, la matanza de los abogados de la calle de Atocha, perpetrada por miembros de la extrema derecha en enero de 1977, que marcó un hito en el proceso hacia la democracia de nuestro país, también tuvo relación con este cuadro. En la pared de ese despacho de abogados donde irrumpieron los pistoleros y murieron cinco personas y otras cuatro resultaron heridas, colgaba un póster de ‘El abrazo’ que, contaron después, llegó a salpicarse con la sangre de los asesinados. De ahí que en 2003 se levantara en Madrid un conjunto escultórico inspirado en la obra de Genovés que fue colocada en la plaza de Antón Martín, a apenas unos pasos de distancia del número 55 de la calle Atocha.

El cuadro original se halla hoy día en el Museo Reina Sofía, pero estuvo perdida en Estados Unidos, donde la adquirió un coleccionista de Chicago, y fue en la época de Adolfo Suárez cuando el Estado pudo hacerse con ella de nuevo y retornarla a España por el valor simbólico que encerraba en la historia reciente de los españoles. El cuadro salió en 2016 para instalarse provisionalmente en el Congreso de los Diputados en la conmemoración del 40 aniversario de las primeras elecciones democráticas. Preguntado entonces Juan Genovés por los paralelismos entre la época que alumbró el cuadro y la actual, subrayó que «no se parecen en nada» y lamentó la falta de «alegría e ilusión» en la política actual. «En aquella época --dijo-- había alegría e esperanza por conseguir la democracia y ser como el resto de Estados europeos. Hoy esa ilusión no la encuentro por ninguna parte. Hay una dejadez y una desconfianza en los políticos un poco desagradable».

Habría que retomar el espíritu de la obra de Genovés ahora que nuestro país y sus dirigentes andan sin abrazos y esta pandemia solo ha propiciado un alejamiento mayor en todos los conceptos. No estoy pidiendo un abrazo físico entre Sánchez y Casado, ni entre Iglesias y Abascal, entre otras cosas porque es imposible. Pero igual que en 1976 nos aventurábamos como país hacia un destino lleno de incógnitas después de 40 años de oscuridad, quizás ahora sería momento de dejar a un lado las diferencias, los bandos y los intereses partidistas para encontrarse justo en ese sitio donde el objetivo es común: salvar a España de los peligros que le acechan y mirar hacia el futuro.

Juan Genovés pintó su cuadro lleno de hombres y puso a la derecha a una sola mujer que buscaba un abrazo pero no lo encontraba. Quiso simbolizar el anhelo de un mañana mejor, la búsqueda de lo que venía que sin duda debía ser mejor.

Una réplica de ‘El abrazo’ cuelga desde 2016 en una de las salas del Congreso de los Diputados. Se decidió instalar allí después de la exposición de 2016 quizás para recordar a nuestros dirigentes que, con independencia de representar a sus votantes y de defender sus ideales políticos, son herederos de un espíritu de concordia. Ese que hizo posible hace 40 años llegar hasta donde hoy estamos, ese que propició que españoles de distintos bandos, clase y condición se dieran un abrazo e iniciaran el camino de la reconciliación y la construcción de un país diferente.