TEtn medio de la torrentera de áulicos decires, o de críticas de todo pelaje que se han dedicado a la boda, hay dos personajes en que quiero fijarme. No se trata de ninguna de las estrellas que brillaron en el enlace, sino de la abuela, Menchu Alvarez, y del abuelo Francisco, el taxista . Dos grandes tipos que merecen comentarios sencillos, pero merecidos, porque, junto a la constelación de medallas, reyes y ministros, y a la rutilante pasarela de modelos de tan encopetadas damas, bajo los acordes de la música dirigida por el maestro Cobos, un hombre pequeño y humilde, del pueblo, un taxista ocupaba estrado preferente frente a los monarcas de España. Con ellos compartió mantel, se integró en la foto familiar y forma parte ya del árbol genealógico de Letizia. Y Menchu leyó, como nunca oí leer, esos pasajes de san Pablo cuando habla del amor. La modulación de una voz bien impostada, el señorío del gesto en la dicción y el sentimiento religioso aflorando sin pudor, escenificaron el milagro de la palabra sagrada. Ahora ya sabemos de quién le vino a la princesa esa forma tan exquisita de expresarse, bajo la bóveda catedralicia, cuando le decía al Príncipe: "Yo me entrego a ti, Felipe ...", mientras los ojos más hermosos de las mujeres presentes se clavaban en él.

*Doctor en Historia