TUtna generación de nietos, que por razones de edad nada tuvieron que ver con la Guerra Civil, están empeñados en reivindicar la memoria de los suyos para contribuir, así, a reconstruir la memoria colectiva del país. Nieto es Emilio Silva , que tras recuperar el cadáver de su abuelo, fusilado y enterrado durante décadas en una fosa común con otra docena de abuelos, impulsó la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica. Nieto es José Andrés Rojo que acaba de publicar una biografía sobre su abuelo, el general Vicente Rojo , conservador y católico, que defendió lealmente la legalidad republicana frente al ejército sublevado de Franco . Y nieto es el presidente Rodríguez Zapatero , que también asume con orgullo la memoria de su abuelo, fusilado --no muerto, como dijo Acebes -- durante la guerra. Nadie les puede reprochar a estos hombres que reivindiquen la memoria de los suyos, pero a Zapatero parece que no se lo consienten. El PP se lo reprochó en el Congreso por voz de Martínez Pujalte , y en su última convención, hace unas pocas horas, se encargó de hacerlo Angel Acebes. También en la manifestación de las víctimas celebrada en Madrid se oyeron coros infames: ¡Zapatero, vete con tu abuelo! La última vez que el presidente recordó a su abuelo fue ante la madre de Irene Villa para expresarle que comprendía su dolor porque su abuelo también fue víctima del fanatismo. Seguramente estuvo desafortunado: poco consuela a la viuda en un velatorio que otra viuda le recuerde lo suyo. Pero lo que se le critica no es eso, sino que estableciese paralelismos entre unas víctimas y otras.

Cuando habíamos llegado al consenso de que todas las víctimas son iguales, ahora resulta que no. Bueno, pues yo sigo pensando que sí. Unos y otros han padecido la brutalidad del fanatismo y sus familiares tuvieron que soportar su desgracia en un silencio impuesto, como si fueran parias. Si alguna diferencia hay, es que las víctimas de la guerra no vieron nunca a sus verdugos perseguidos, procesados y encarcelados por sus crímenes. Ese fue el precio que pagaron generosamente para que este país retomase la normalidad democrática. Y la recuperación de su memoria y su dignidad se está haciendo a paso lento, insoportable dada la edad de los protagonistas. Conviene recordarlo ahora que tanto se habla de precios que nadie ha demostrado que se hayan pagado y de impunidades que no existen, ante un futuro que, aunque termine bien, será muy doloroso. Sobre todo para las víctimas. Como lo fue para aquellas otras víctimas --decenas de miles-- que ahora son reivindicadas por sus nietos con toda justicia.

*Periodista