WEw l eco que ha tenido hasta la fecha la movilización de los indignados y la comprensión y simpatía con la que, como refleja hoy la encuesta publicada por este diario, la ha acogido la opinión pública son razones suficientes para que decidan dar por finalizada la ocupación del espacio público. Si no lo hacen y no buscan alternativas, corren el riesgo de que la protesta muera de inanición. Algunas señales de cansancio entre los más activos dan fe de que lo que hasta la fecha ha sido una protesta de amplio espectro social arriesga convertirse en una manifestación política más o menos marginal. Es evidente que la descentralización del movimiento 15-M también entraña peligros. Pero, supuesto que es el resultado más visible de una sociedad alarmada por el paro, la desesperanza de muchos jóvenes y la falta de perspectivas de futuro, puede y debe asumirlos. Encastillarse en la situación actual seguramente tiene menos porvenir. De todo esto deben discutir las asambleas programadas este fin de semana. Porque una vez pasado el efecto de altavoz que tuvo la campaña electoral, la posibilidad de que todo el mundo acabe acostumbrándose a ellos, sin mayor repercusión política, es un peligro que está ahí.

A todo lo cual debe añadirse que los indignados han de concretar cuáles son sus objetivos inmediatos y cuáles los de largo recorrido.Es preciso que concreten un programa para evitar que el movimiento se consolide como un mecanismo de protesta genérica -contra todo y contra todos- tan respetable como insustancial. Hace falta, en suma, que pasen de los eslóganes ingeniosos a las propuestas concretas.