Periodista

Llevaba un sombrero tejano en la mano, un lazo de cordones en el cuello y hablaba castellano con acento de Dallas. Estuvo delante de mí durante las cuatro horas que duró el festival flamenco de Cáceres. Parecía el aficionado más entregado a lo jondo que había en el complejo San Francisco, pero su caso no dejaba de ser una anécdota. Lo normal en Cáceres en esa noche de sábado no eran norteamericanos fascinados por el flamenco, sino extremeños haciendo cola para ver la última de James Bond o pillar un Mac Pollo en el Mac Auto .

Hace un par de semanas, me acerqué a Acebo para charlar con el último lobero vivo de Extremadura. Conocí también a su mujer, Santiaga, una anciana agobiada por los achaques y salvada por la sabiduría. Recitó un par de canciones que sonaban en aquellas sierras cuando funcionaban las minas de wolfram y después sentenció: "Hoy ya no es lo mismo que antes". No hizo falta que lo jurara: en la cabina telefónica de la plaza de Acebo no se anunciaba una romería tradicional, sino una fiesta de Halloween.

Europa, Europa, qué mal resistes el paso del tiempo. Tres quintas partes del planeta hablan ya el angloamericano. El alemán y el francés se baten en retirada. El español resiste por el empuje demográfico de América Latina. Le Monde , el diario más arrogante del viejo (y enfermo) continente ha claudicado y ya publica los sábados artículos del The New York Times .

George Steiner nació en París, era judío y escapó por los pelos del holocausto, se educó en Estados Unidos y en el Reino Unido, ha escrito diez libros fundamentales y es profesor emérito en Ginebra y honorario en Oxford. Acabo de leer sus declaraciones al semanario lisboeta Expresso . Steiner asegura que la conciencia de Europa murió en la II Guerra Mundial, en Kosovo, en las masacres de los Balcanes y en los asesinatos de Irlanda y Euskadi.

Europa está vieja y cansada. Acoge con entusiasmo lo más superficial de América, pero no atrapa su vigor. Europa ha convertido el hipermercado en su templo cotidiano y las tres semanas anuales de vacaciones al sol es su única utopía. Lo demás no importa, es mero espectáculo que emociona hasta que empieza a aburrir y se espanta con sólo presionar un botón: zap, zap, zapping.

Pasa un petrolero frente a Muxía, como sucede 20 veces cada día, pero esta vez zozobra, como podría haber zozobrado la mitad de esos 20 buques tanque por no cumplir unas hipotéticas normas internacionales. Pero lo que importa no es si Europa agoniza incapaz de imponer un respeto en la navegación por sus costas. Lo fundamental es que Cristo fue crucificado ante 12 personas y Hamlet se estrenó ante 800, pero el Prestige se hunde ante 5.000 millones. La imagen impresiona y hay que actuar hasta que el público se aburra y cambie de canal. Entonces, Europa recuperará su inercia inoperante.

Lo avisa Steiner: "He enseñado en las mejores universidades europeas y aún no he tenido un alumno que llegase a algo en la burocracia de Bruselas. Allí todo huele a corrupción y mediocridad. La civilización europea fue una idea maravillosa".