Filólogo

Las personas postradas en la acera, demandando una ayuda por estar enfermas o tener hambre, componen un cuadro de extrema crueldad social. ¿Quién está detrás de esas manos tendidas, necesitados o vagos y qué debe hacer el ciudadano atenderles o hacerse el sueco? Dicen los técnicos en temas asistenciales y sociales que no es mejor darle una limosna que reconducirle a los servicios y recursos establecidos, pagados por todos, para solucionar y organizar una respuesta adecuada al individuo menesteroso.

Dicen los técnicos en truhanería que algunos se sacan un dineral a costa de la generosidad de los conmovidos ciudadanos, que hay mendigos que dejan fabulosas fortunas envueltas en basura, que siendo ricos, algunos viven miserablemente, que hay mafias tras cada mendigo de la acera, que son las fechas navideñas las más propensas a remover los sentimientos y a que aumente el número de mendicantes. Tanto decir, suena a fabulación, a justificación de conciencia y morbo, porque hablando en serio, andar dando tumbos, soportar miradas de desprecio, tener por cama la acera en diciembre, lavarse en el agua gélida del parque, no poder prácticamente comer caliente, no parece que sea placentero desde ningún punto de vista.

Con frecuencia, por unos miserables céntimos, cruzamos a la acera de enfrente para evitarles, nos volvemos inquisidores con él e intentamos entrar a saco en la verdad de su cartón: --¿Será verdad que está enfermo, tendrá los siete hijos que dice, será un caradura?-- y nos resistimos a una verdad que en poco nos compromete, cuando tragamos con otras falsas verdades que de algún modo nos hacen responsable de que en diciembre, en plena calle, haya personas tiritando de frío y abandonadas.

Uno piensa que nuestra sensibilidad anda también tiritando, bajo cero: síntoma claro de que el sistema inmunológico de la sociedad se parece mucho a un enfermo grave.