Profesor

Debo ser un bicho raro, a juzgar por lo que dicen las radios y las televisiones, pero les aseguro que a éste su modesto servidor, lo que haga o deje de hacer un señor ya talludito con su novia, o una señora con su novio, le deja indiferente. Que se den la mano y se agarren de la cintura, que se besen o que se hagan carantoñas, es algo que yo creía que pertenecía a la esfera privada de cada cual y no deja de sorprenderme que asuntos de esa índole causen el revuelo que, de forma quizá no del todo natural, se está produciendo en nuestro país en los últimos días.

Que la monarquía, por propia definición, es una institución no democrática parece difícilmente rebatible. Está en su propia esencia, en su carácter hereditario. Por eso, aunque se agradezcan la relativa falta de boato, incluso la campechanía de quienes la encarnan en uno u otro momento, algunos somos republicanos. Otra cosa es que las circunstancias, la prudencia, llámense como se quieran, hayan hecho que muchos renunciáramos, bien provisionalmente, a que nuestras ideas se plasmaran en las leyes del Estado. Pese a todo, no deja de sorprendernos la forma en que la mayoría de los medios de comunicación están tratando el asunto del noviazgo principesco. Y puede que los primeros hartos de tanto montaje sean sus propios protagonistas, que si algo desearán "supongo yo" es mostrarse su amor en privado, como cualquier hijo de vecino, sin que sus gestos, sus palabras, sean examinados hasta el más mínimo detalle.

Para más inri, nuestra región se ve relacionada, bien que de manera indirecta, con este asunto. Pero ahora ya no se trata de que nos digan cuánto tiempo permaneció la novia por aquí, ni dónde tomaba el aperitivo, ni si convivió durante más o menos años con quien creyó oportuno hacerlo en uso de su libertad como ciudadana; lo cual ya bastaría para llevarnos a la melancolía. Es que, puestos a buscar noticias donde no las hay, hasta se recoge en los titulares de algún periódico que "La asistenta de Letizia Ortiz es de Villafranca". ¡Caramba! Supongo yo que eso deberá llenarnos de orgullo a los extremeños. ¿Una nueva candidata a la medalla de oro de nuestra comunidad?

Hay razones para el pesimismo, pues. Una revista satírica francesa parodiaba hace tiempo un anuncio, caricaturizando cómo se forma la opinión pública: sobre un montón de materia orgánica, cuya precisa denominación impide escribir aquí el buen gusto, revoloteaban nubes de insectos. "Millones de moscas no pueden confundirse", decía el texto. "Si ellas consumen nuestro producto, ¿por qué no habría de hacerlo usted?". Es verdad: los republicanos estamos fuera de juego. Y si además pensamos que las instituciones públicas debieran respetar el carácter aconfesional de nuestro estado, aún peor. Otros, en cambio, agradecerán que monseñor Rouco Varela sea el pastor de mente abierta y comprensiva que conocemos. Dadas las circunstancias, habrán de alabarle que dentro de unos meses, despojado de viejos prejuicios y tras malabarismos dialécticos dignos de un santo Tomás, bendiga una unión a la que, hasta hace poco, quizá hubiera considerado pecaminosa. ¿Se imaginan ustedes la que se habría liado?