XExn aquella magnífica La Codorniz, la revista más audaz para el lector más inteligente , había una sección llamada los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa que hoy me viene a la memoria. Tenía mérito que en los oscuros años de la dictadura existiera un nutrido grupo de escritores que encontraran en la triste realidad circundante motivos para el humor y fueran capaces de burlar más o menos hábilmente la voraz hambre de papel de una censura ejercida por funcionarios siniestros y curas tridentinos, que armados de inmensas tijeras cercenaban cuanto se ponía a tiro. Algunas portadas del semanario hicieron época, aunque la sonrisa que hoy provocarían serían de condescendencia entre quienes las vieran por primera vez.

No soy, faltaba más, crítico literario, y lejos de mí la intención de hacer análisis alguno de los contenidos de aquella revista, precursora de otras que no le anduvieron a la zaga, como Hermano Lobo o Por favor , por citar dos de las más conocidas; pero sí puedo reflexionar sobre algunos aspectos de ella que resultarían completamente vigentes si por un milagro nos volviéramos a encontrar con sus enormes hojas en el quiosco. Y de ahí lo de los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa . Constituía dicho título una burla de la retorcida y estrafalaria manera en la que el lenguaje franquista designaba las cosas normales, los oficios más habituales. No había obreros, sino productores, no había enfermeros, sino ayudantes técnicos sanitarios; tampoco maestros, transformados en profesores de enseñanza general básica. Los peritos fueron ingenieros técnicos, y no puedo asegurarlo, pues ya por aquel entonces mis conocimientos de asuntos eclesiásticos eran escasos, pero no me extrañaría que a los curas les llamaran padres. A saber.

¿Han cambiado hoy las cosas? Pues claro, quién puede negarlo. Ahora hay huelgas (muchas menos de las que presagiaban los peores agoreros), y no paros técnicos, como los llamaban entonces, y en general políticos y periodistas se expresan sin subterfugios ni cursilerías. Pero sigue habiendo cosas que corregir, y parece que cuando se mencionan las actividades de la familia real, por poner un ejemplo, algunos se la cogen con papel de fumar (disculpe el lector la vulgaridad). Por ello los reyes no hablan con los invitados a una fiesta en palacio. No. Departen, que es algo mucho más fino. O, en otros ámbitos, si un locutor, especialmente de esos que siempre andan con un derby en la boca, tiene un día una ocurrencia que incluso resulta feliz en determinadas circunstancias, ya puede prepararse el sufrido oyente, pues se encontrará la frasecita en cuestión hasta en la sopa.

Aunque siempre queda margen para la pedantería. Y la otra noche, mientras veía un telediario, escuché una frase que me dejó clavado en el asiento. Estaba yo predispuesto a ello, por cierto, cuando al oír las informaciones sobre el pasado referéndum había dudado de mis más elementales conocimientos matemáticos. Lo cual, en un profesor de dicha disciplina, es francamente preocupante. Me refiero a eso de que había votado el ochenta por ciento de los españoles. ¡Caramba! Si el censo lo forma el 80% de la población, si votó el 42% del censo y de ese porcentaje quienes lo hicieron afirmativamente fue el 76%, lo que yo enseño en clase me lleva a concluir que quienes realmente votaron constituyen la cuarta parte de los españoles. Aún me estaba recuperando, como digo, de la impresión, cuando escuché que la nieve , según la presentadora, había hecho acto de presencia en el País Vasco . ¡Jolines, me dije, este Ibarretxe es la leche (perdón por el ripio)! ¡Ya no se conforma con que la nieve caiga por allí de vez en cuando! ¡Ahora hace acto de presencia! ¡Si es que estos vascos parecen de Bilbao!

*Profesor