A estas alturas de la película veo factible un acuerdo presupuestario en Extremadura. Sinceramente. Hoy lo dice el presidente de la Junta en una entrevista en este periódico, que aún revelando sus cartas en una negociación abierta a tres bandas, cree posible el apretón de manos con uno u otro partido, o con todos, aunque sea por el mecanismo de la abstención; que un escenario de prórroga presupuestaria no se le pasa por la cabeza.

Y es que, con independencia de la responsabilidad de cada partido político en el futuro de Extremadura, una posición favorable al Gobierno ahora mismo no perjudica a nadie. PP y Podemos quieren acuerdos con el PSOE a nivel nacional, el primero por refuerzo del bipartidismo y el segundo por desbancar al PP. ¿Por qué aquí no? Encima, el primero en rectificar y entonar el 'mea culpa' de la situación ha sido el propio PSOE. No ser consciente de su minoría le ha llevado a la situación actual amparándose en que era imposible el acuerdo en la oposición entre fuerzas tan dispares como Podemos y PP. Tumbarle los presupuestos en el Parlamento en diciembre vino a ser un jarro de agua fría que le ha devuelto a la realidad. Desde entonces es evidente la rebaja de su prepotencia y la exaltación de su humildad llamando a todos los partidos por igual.

Su estrategia de jugar a dos bandas, el PP o Podemos, está funcionando. Los populares se han visto de nuevo en el tablero de juego de la política regional y han obrado con el ánimo de colaborar, pero a la vez Podemos ha reaccionado viéndose de pronto relegado a un segundo plano y con un pie fuera de su posición preferente. El PSOE de pronto parece haber resituado su posición, ocupando un lugar más central donde trata de sacar adelante unas cuentas que no supongan ni el extremo de la derecha pura y dura ni el de la izquierda más radical. Y funciona. Si Ciudadanos se monta en el auto del acuerdo, el negocio va a salir redondo.

Nadie quiere trabajar con un presupuesto prorrogado. Pero menos aún si se ha cerrado con un déficit de casi el 3% como es el caso, no se ajusta al programa operativo en vigor ni a la estructura de gobierno planteada. Por eso, el objetivo último son unas nuevas cuentas. Vara y los suyos van a tratar de convencer a sus adversarios de que es lo que conviene a Extremadura y que, encima, se ofrece una imagen de responsabilidad de todas las fuerzas políticas del Parlamento. Para ello sabe que tiene que ceder, debe ofrecer a unos y otros una salida que puedan vender a sus bases, porque apoyar a un PSOE en minoría a cambio de su responsabilidad puede estar muy bien para la ciudadanía en general, pero no para la militancia. Todo hace indicar que habrá gestos de elevación de cuentas para contentar a Podemos o de rebaja de impuestos para contentar al PP. Ambas cosas resultaría imposible, salvo que se planteara una fórmula extra de recaudación hoy por hoy inexistente.

En cualquier caso, el Gobierno del PSOE tiene una patata caliente encima de la mesa que debe cocinar. Vara se ha puesto el delantal y ha dejado a su consejera de Hacienda de ayudante, pero los condimentos con los que cuenta son los que son, a no ser que aparezca el mismísimo Merlín e incluya alguno nuevo. La cintura política de un dirigente se demuestra en este tipo de escenarios y llegados a este punto sería un verdadero fiasco plantear la imposibilidad de llegar a un entendimiento y decir: señores, aquí sólo cabe la bronca. Eso lo sabe Vara y de ahí su empeño en ponerse a la cabeza. Es consciente de que la legislatura no empieza cuando se le inviste de presidente a uno, el inicio de verdad se marca cuando se aprueban sus primeras cuentas.

Es evidente que no se puede pagar cualquier precio y que no se trata de hacer el ridículo, pero que hay que agachar la cabeza y dejar que tu adversario gane algo sin duda. De eso se trata, lo iremos viendo.