TNto se entiende bien la prisa que tienen algunos para que Rajoy se instale ya mismo en el poder y dicte sus medidas. La actitud de los mercados no justifica esa urgencia. Porque si los inversores financieros estuvieran expresando algún mensaje mínimamente coherente --cuando lo único que manifiestan es histeria ante la incertidumbre que reina en todas partes--, lo que estarían pidiendo es que Angela Merkel hiciera algo para garantizar que su dinero no se va a ir al garete. Lo ocurrido con los gobiernos de técnicos de Italia y Grecia sugiere que, en estos momentos, ningún movimiento en la política interior va a frenar la marcha hacia el desastre en la que parece que estamos.

La prisa tampoco se entiende en clave estrictamente española. ¿Por qué no hay que esperar a que se cumplan los plazos reglamentarios en el traspaso del poder? Si el cielo se tiene que caer encima de nosotros --por ejemplo, en forma de una intervención exterior como la que han sufrido Grecia, Irlanda y Portugal--, lo hará esté quien esté en la Moncloa. La única manera de evitarlo, si es que hay alguna, es mediante un acuerdo político entre España y los poderosos de Europa.

Esa opción es aún posible: una parte de la prensa alemana empieza a creer que Merkel terminará por cambiar de postura. Pero su eventual concreción todavía llevará tiempo. Y aunque la presión exterior que implicaría el citado acuerdo le serviría de excusa a Rajoy para decir que él no engañó en la campaña electoral, sería mejor que adoptara sus recortes en el marco de ese hipotético entendimiento. Así tendrían más impacto en los mercados. Es cierto que muchos españoles, los más vulnerables, ansían saber lo antes posible la suerte que les espera. Su angustia se palpa en la calle. Sería justo y necesario que Rajoy les contara alguna verdad aun antes de llegar a la Moncloa. Incluso sin dar los detalles que negociará con Berlín. Pero tal vez eso sea pedirle demasiado.