WLwas artes y las letras extremeñas llevan una mala racha: desde diciembre han fallecido tres de los grandes: los pintores Juan Barjola y Juan José Narbón , éste en el último abril y, el pasado domingo, Bernardo Víctor Carande , un escritor con el que esta región tendría una deuda aunque sólo hubiera escrito Suroeste , la magnífica narración, finalista del premio Nadal de 1974, que es uno de los mejores ejemplos de novela entramada en el cañamazo de la historia extremeña. Pero Carande fue mucho más que el gran escritor que fue: su vida y su obra encarnan el más acabado ejemplo entre nosotros del campesino ilustrado. Fue poeta, novelista, periodista, fotógrafo, ensayista y medio torero... Y aún así, nunca fue otra cosa que un agricultor. Y nunca aspiró a más. Tanto que jamás quería abandonar su finca Capela , próxima a Almendral, y de ella hizo el centro de su trabajo y de su obra. Fue, además, un maestro suave, que condujo a los discípulos que se acercaban a visitarlo al campo con exquisito gesto de respeto y paciencia, y desdeñó los focos y las compañías espurias como sólo lo hacen quienes saben que todos los anhelos y ambiciones de un escritor se resuelven en su obra. La suya fue rigurosa, bella, trabajada en el silencio del sesmo, y libre.