La casualidad ha querido que la ceremonia fúnebre oficial por Nelson Mandela coincidiera con el 65 aniversario de la aprobación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. El líder sudafricano vivió en carne propia la violación de aquellos derechos, pero fue también el hombre que emancipó a la mayoría de su país y unió a blancos y negros. Madiba, como se le conocía familiarmente, recibió ayer el homenaje alegre y ruidoso de su gente que habían desafiado la lluvia torrencial para estar allí, en el estadio de Soweto. También allí Mandela mereció el elogio de una multitud de dignatarios y personalidades desplazados a Sudáfrica para decirle el último adiós. Se oyeron muchas palabras hermosas en aquel escenario, pero también hubo mucha hipocresía.

El presidente Obama, con su estupenda habilidad para los bellos discursos, habló de Mandela como del icono mundial de la reconciliación y denunció a los dirigentes que se dicen solidarios con el líder sudafricano fallecido pero no toleran la disidencia en sus países. Escuchando sus palabras ahí estaban varios autócratas o dictadores de la peor especie, como el presidente equatoguineano Teodoro Obiang o el de Zimbabue, Robert Mugabe . Y entre los oradores tomó la palabra Li Yuanchao , el vicepresidente de China, país donde la pena de muerte es común y frecuente mientras la libertad de expresión, entre otras, está duramente recortada. Ni siquiera el propio Obama escapó a las contradicciones que plantea la defensa teórica de los derechos humanos con la realidad. Se refirió a las penas de cárcel padecidas por Mandela durante largos años cuando bajo su administración no ha conseguido cerrar la vergüenza de Guantánamo.

Sin embargo, la conjunción vivida ayer en Soweto permite pensar que hay esperanza en un futuro mejor. Hace pocos años hubiera resultado impensable que un primer presidente negro de Estados Unidos, un país que no abolió la segregación racial hasta el año 1964, despidiera al también primer presidente negro de Sudáfrica, al hombre que con su estatura moral había puesto fin al apartheid sudafricano en el año 1994. Y el espíritu de reconciliación que tantas veces fue implorado por el difunto líder se manifestó ayer en un gesto que excedía el protocolo de la ceremonia. Era el histórico apretón de manos entre Obama y el presidente cubano Raúl Castro .