Desde hace un mes llevaba el adiós puesto en la mirada, pero la noticia de la muerte de Gabriel Cisneros, no por esperada, resulta menos dolorosa. Me atrevo a decir que los españoles hemos perdido a un hombre esencialmente noble, noble en el sentido profundo que esta palabra tiene en la lengua castellana. Gabriel ,que estaba en el secreto del idioma castellano, apreciaba esta palabra, hoy, desgraciadamente y como tantas otras, en desuso. Noble es aquel que se obliga a actuar en la vida como un caballero anteponiendo a sus propios intereses la defensa de los débiles y de la verdad. Pues eso.

Cisneros -lo recuerdan hora a hora los boletines de la radio durante todo el día de ayer-, fue uno de los ponentes de la Constitución. Estuvo presente en aquel parto feliz en nombre de la UCD, partido que hoy puede ser considerado arqueología política, pero sobre cuyas ruinas se asienta nada menos que el Estado democrático. Habrá que esperar a ver qué dicen los libros de Historia para comprobar si se hace justicia con aquella improvisada nave política cuyo capitán era Adolfo Suárez, tenía de práctico a Fernando Abril Martorell y llevaba como escribano de a bordo a Gabriel Cisneros.

No todo el mundo sabe que Cisneros fue el padre de algunos de los mejores discursos políticos de Adolfo Suárez. La precisión en el lenguaje no solo describe claridad de ideas, también la capacidad para expresarlas. No es poco en un retablo parlamentario en el que no abundan los diputados y senadores capaces de subir sin papeles a la tribuna de oradores sabiendo decir lo que quieren decir en el momento en el que hay que decirlo. Gabriel era uno de los pocos que podían hacerlo.

Con la muerte de Gabriel Cisneros hemos perdido a un gran ciudadano. Tengo para mí que el suyo será siempre un recuerdo de paz.