TSte fue, definitivamente, Rocío . Se fue, sin dolor, rodeada del cariño de todos los suyos, en silencio, sin pronunciar palabra alguna, con tranquilidad, con una inmensa paz interior, y lo hizo de madrugada, cuando la noche daba paso a la luz. Algo con lo que sueñan todos aquellos que saben que van a morir, por una causa o por otra. Quizá por eso cuentan quienes han estado a su lado en estos últimos días que Rocío, pese a que estaba en coma profundo, no dejaba de pronunciar el nombre de Rosario , su madre.

Ella fue la que más ha querido a la cantante, la que se vino a Madrid con ella y 13.000 pesetas de las antiguas en el bolsillo porque a su niña le habían ofrecido un trabajo de cantante. Y cuando llegaron se encontraron que de lo dicho nada. Y ahí las tienen a las dos, durmiendo en una pensión de la calle Atocha, llamando a todas y cada una de las puertas tras las cuales se escondían aquellas personas que podían sacarles del apuro, casi de la miseria a la que se vieron abocadas por la afición al cante y porque la muerte del padre dio al traste con todos los proyectos de una familia que desde entonces ha estado unida como una piña.

Tenía Rocío 13 años cuando llegó a Madrid, aquí ha vivido, aquí ha triunfado, aquí ha tenido a su hija y aquí finalmente ha muerto, aunque la entierren en su Chipiona natal. Madrid la quiso como sólo se quiere a los grandes, y ella lo honra como persona y como profesional de la copla. Como persona, la puerta de su casa siempre estuvo abierta para recibir a los periodistas, a los amigos, a los compañeros. Como profesional, porque no hay ninguna otra cantante que tenga su voz. Una voz privilegiada, capaz de tocar todos los palillos del cante, y tocarles bien, qué digo bien, maravillosamente bien.

La noticia no por esperada ha sido menos dolorosa, prueba de ello es el interés de los medios de comunicación por su estado de salud. Un interés que, aunque algunos no lo crean, tenía mucho que ver con el cariño que se le tenía, con el cariño que ella sentía por los periodistas del corazón, no por todos, pero sí por los que han estado a su lado desde que empezó su andadura por los teatros de Madrid, desde que se enamoró por primera vez, desde que se casó con Carrasco , tuvo a su hija, se separó y volvió a casarse, esta vez con un torero que ha demostrado ser un hombre de los pies a la cabeza. Un hombre que la ha querido en la salud y en la enfermedad, que no se ha separado de su lado desde que hace dos años le detectasen el cáncer de páncreas que le ha costado la vida. Hoy como nunca a quien hay que consolar es a la familia, a sus hermanos, a sus cuñados, a sus sobrinos, a su marido y a su hija. Ellos son los que necesitan el cariño de los amigos porque han sido meses sin separarse de su cama, intentando que la chipionera no detectase el más mínimo gesto para que pudiera vivir sin angustia. Una representación más dura que asumir la propia enfermedad de la cantante quien por fin descansa ya en paz.

*Periodista