Un fatal evento envuelve el mundo de la cultura, y en especial, a quienes gustan de la música sabia y de su gran exponente, el canto. Un deceso lamentable. La muerte, la sora nostra del cántico franciscano, el tributo cobra en una figura relevante, don Luciano Pavarotti; al señor el honor.

Italia lo siente. Santa Cecilia llora y los que avulgarados por la dureza del diario vivir y la pia seguridad que da lo consabido, notamos el despertar, expuestos todavía, más y mejor acorazados, para dejar atrás los juicios de valor que tanto confunden por lo mismo que seducen.

Oigo un Hombre, Italia en tono de hueca complacencia y continuo el camino. Sí. Italia. Déjeme la mía. La de los mares claros. La del marechiare al despuntar la luna.

La reflexión asoma. ¿Qué no habrá aportado la gran bota mediterránea por el desenvolvimiento de Occidente en sus diversas etapas?

La lista es larga y no es tiempo de autoexamen. Un nombre más que añadir al panegírico, el del tenor de Módena. Bien. Pero subrayando que don Luziano, fijémoslo con antelación, pertenece a la música que es el arte supremo porque todas las demás aspiran a ella, ¿qué habría sido de piezas como el Trovador de García Gutiérrez sin el auxilio de la música verdiana que ha preservado la suave poesía que le caracteriza. Y así con las novelas de Giovanni Verga una de las cuales tuvo el favor de acrisolarse en el genio puramente italiano del compositor Mascagni para dar lugar a la inmortal Cavalleria Rusticana. Se ha ido Pavarotti con la fama del hombre bueno. Siempre presto con forza para animar a los que empiezan, dando siempre su apoyo a lo ajeno. Tenía predilección por los niños enseñándoles de base que los prejuicios y egoísmos frustran las empresas de los mayores. Esforzado paladín del bel canto puso la vista en lo multitudinario, siempre algo permanece. La imagen que con pequeñas diferencias tenemos es la de un Pavarotti luminoso abierto con su chaqueta siciliana que tantas veces vistió para cantar el Turiddu de Cavallería. Su sonrisa es el O sole mio noble y sereno en su sonancia hasta perderse el eco en la bahía napolitana y que también necesitaríamos nosotros en estas tierras pardas para recibir mejor al astro-rey que la matina habrá de restituirnos al día siguiente.

Víctor Pérez **

Casar de Cáceres