No se podrá decir que la Selectividad ha ayudado a elevar el nivel de la universidad española. Una prueba que es superada por el 94% de los alumnos que se presentan no puede decirnos nada sobre los que la superan: es un protocolo para los estudios universitarios más que un baremo para comprobar el nivel de los estudiantes. Tengo dos amigos que han corregido las pruebas de la Selectividad pasada y no dan crédito a las barbaridades encontradas, tanto de reglas ortográficas como de conocimientos básicos y con el agravante de que casi todos han pasado la prueba. Hay que preguntarse que si los alumnos que pasan tienen este nivel, ¿cómo estará el 6% que no han aprobado estas "dificilísimas pruebas"? Todo esto nos lleva a replantearnos una reforma integral desde la base, no con un pacto empezando por la universidad como propone Angel Gabilondo, ministro de Educación.

Desde aquí pido a los maestros y profesores de Educación Primaria, Secundaria y Bachillerato, que retomen la gramática y la ortografía y sean más inflexibles en sus normas elementales. Todo esto viene a colación de una entrevista que le hicieron en la radio al rector de la Universidad de Salamanca, José Ramón Alonso Peña, quien dijo que las empresas que admiten universitarios para sus prácticas, no exigen el conocimiento en el manejo de ningún aparato ni el funcionamiento de máquina alguna, ya que los trabajadores de estas empresas, tienen que enseñar a los novatos la mayoría de las veces; lo único que piden las empresas a la universidad es que los alumnos que lleguen sepan redactar y expresarse correctamente. Esto, que es propio de un país subdesarrollado, desgraciadamente pasa en nuestra querida España. Resulta que muchísimos alumnos, después de pasar 20 años en centros educativos, salen sin saber redactar ni expresarse correctamente. ¿Cuántos años seguiremos engañándonos a nosotros mismos?

Joaquín Tomás Cendrero **

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