Estado de alarma y la pertinente coordinación. Parece una opción óptima y esperemos que las medidas resulten eficaces. Lo que es más discutible es que cada país de la Unión Europea haya ido por libre. Les aseguro que es mucho mejor no saber cómo han sido estas semanas en Bruselas. Es mejor no saberlo para no indignarse y que no le suba a uno la tensión arterial. Funcionarios con sueldo vitalicio del Parlamento Europeo divagando por los pasillos como quien espera no se sabe qué. Supuestos expertos enviando mensajes de tensión creciente, para después rajarse y no mojarse. Los eurodiputados confinados por si acaso. Trump dice que no permite vuelos desde Europa y la presidenta de la Comisión Europea se queja y dice que la Unión Europea se ha coordinado perfectamente en la lucha contra el coronavirus. No es una humorista, es Ursula von der Leyen y dice que la Unión Europea está tomando acciones contundentes para evitar la propagación del virus. Que se vayan todos a sus casas y nadie notará su ausencia.

La urgencia y el despeine social del coronavirus no deja en buen lugar al capitalismo liberal, a la mano invisible de Adam Smith, ni a las equilibradoras bondades del mercado. Aquí el capital huye por los cobardes sumideros del puto miedo y, repito, cada país europeo va a la suya. Entre China y la clausurada UE, debe haber un término medio. Parece que por fin aquí nos estamos poniendo las pilas.

En Madrid, con los hijos en casa y esto del trabajo a distancia, muchos se han ido a la costa. Y los barceloneses, a la Cerdanya. Como de vacaciones. Esparrame vírico potencial. La gente aquí sigue creyendo que esto es una broma, pero en Italia ya le han visto las orejas al lobo. De momento allí, Nessum dorma y ya veremos si All’alba vinceró.

El coronavirus genera una extraña sensación de discontinuidad: ¿qué pasaba en España antes? No sería tan importante, porque solo hablamos del virus. Nadie ni nada es del todo esencial ni tan insustituible. Que tengamos suerte.

* Periodista