Mi admiración por los que logran abrir con éxito los paquetes de café molido. A los que resisten la tentación de comer chocolate y frutos secos. Todo el tiempo. Mi admiración al que se ha disciplinado y sigue horarios y rutinas a diario incluyendo ejercicios y buena productividad en el trabajo. A los padres. A los chaveas, hartos de confinamiento. Mi admiración a los que no insultan ni difaman, ni se embozan en una trinchera ideológica impermeabilizada frente a otras ideas y argumentos. Mi admiración para los que saben conjugar el verbo embozar; para los que no fallan en los subjuntivos y para los que los haikus les salen del tirón. Mi admiración para los aforistas optimistas. Los autónomos. Los que no interrupen. La primera de todas mis admiraciones, claro, ahora, es para los sanitarios y fuerzas de seguridad. Para los enfermos. Las amas de casa, nunca bien ponderadas.

Mi admiración para los parados. Para los trabajadores del Servicio de Empleo Público Estatal, desbordados. Mi admiración para los que han logrado instalarse sin problemas todo tipo de aplicaciones estilo Skype y andan de reunión en reunión con una elegante camisa y por debajo los calzoncillos o el bragamen. Admiro al que se hace kilómetros y kilómetros andando por el pasillo. Mucho admiro a los monologuistas, a los que reparten a domicilio cosas. El vino. Lo admiro y miro y lo ingiero algunas noches. No veas si admiro a los cineastas, especialmente si no hacen truños. Admiro mucho a un tertuliano moderado y con gran sentido del humor. Ya no sale. Lo mismo ha muerto. Admiro a los escritores, pero eso ha sido siempre, también los admiraba antes del confinategui este. A algunos los admiro tanto que incluso leo lo que publican. Más que admirar a mis amigos los echo de menos. Admiro como mi mujer palía todos mis desastres. Admiro a mis compañeros del periódico y a la mayor parte de la gente de mi profesión, profesión cabrona, destruida, militarizada y prostituida. Admiro a mis mitos, porque me hacen compañía desde el más allá. A mi familia. A los de Macondo. Lo malo de hacer un catálogo de admiraciones es que te olvidas de alguien seguro. Es como hacer una antología. Hacer una antología es crearte enemigos. Aún así hay antólogos. Ni que decir tiene que los admiro. Lo pongo aquí para que me incluyan en sus antologías. A los hosteleros más que admirarlos también, como a los amigos, los echo en falta, Manolo, ponme un mitad pronto.

Admiro a los sabelotodos a la espera de que alguien les dé un zasca y entonces mi admiración torne en cachondeo. Vivan los humoristas y los que no rebajan el humor a arte menor. Existe un rasgo oculto de pesimismo en el hecho de admirar a los optimistas. Admiro al que ha llegado leyendo este artículo hasta aquí. A ver si van a creerse (admiro a cajeras, reponedores, camioneros, libreros, actores y opositores) que de tanto admirar no detesto a nada. Je. También muchas cosas me son indiferentes. Los dramas no. Casi tanto como que lo haga el colesterol me preocupa que me suba y aumente el censo de indiferencias. Te vuelves frío. Y no es admirable.

*Periodista.