En pocas semanas, el Fondo Monetario Internacional, The Economist, el Financial Times y, más recientemente, el Banco de España en su Informe anual , han mostrado su preocupación por el futuro de la economía española. Un déficit exterior elevadísimo, un crecimiento en buena parte ligado al ladrillo, una productividad baja, retroalimentada por el sector de servicios, y una población ocupada con poca formación merecen un mal pronóstico para un observador externo. Ni las tasas de crecimiento de la construcción, ni tampoco la entrada de inmigrantes que hemos visto hasta hoy se pueden proyectar al futuro al ritmo de los últimos años.

Pese a ello, la economía española mantiene una perspectiva de crecimiento importante: en un año se han batido récords en la bolsa --pese al pronóstico de que iba a hundirse--; y el déficit corriente --el reflejo de superávit en flujo de capitales, que indica que el dinero fluye, todavía hoy, hacia nuestra economía-- no muestra problemas de cobertura. Con un crecimiento del PIB superior al 4%, cuando se esperaba el 3,4%, una inflación contenida como nunca y un tipo de interés en la zona euro aún bastante bajo, la rueda sigue girando: van bien el consumo y la inversión empresarial, aunque con un elevado endeudamiento. Las familias muestran su capacidad de hacer frente, con escasa morosidad, a los costes financieros de las hipotecas en la medida en que las rentas domésticas lo están permitiendo.

XMAS ALLAx de la coyuntura, los economistas que observan la economía dan notoria muestra de preocupación por el futuro. El medio plazo no está asegurado, porque no se conoce qué sector puede sustituir, desde ahora mismo, el empuje que los últimos años han aportado a la economía española el tipo de interés bajo --algo tiene que subir--, la inmigración, que tendrá que reducir su ritmo de llegada, y un sector inmobiliario y sus industrias auxiliares que ha crecido muy por encima de la demanda potencial. Hace unos años, también Italia perdió su sector tradicional (metal, automoción e industrias afines) y hoy todavía se encuentra a dos velas, perdiendo posiciones económicas.

Aquí hemos de trabajar, y con urgencia, para refundar unas determinadas ramas industriales, haciéndolas más competitivas, además de mejorar sin dilaciones nuestro sector servicios. ¿Tenemos tiempo suficiente para hacerlo, sin la amenaza de que se hunda de la noche al día la economía? Quienes conocen la coyuntura española dicen que sí, porque el surco abierto estos años permite un buen recorrido. En la zona euro se debe a la recuperación de Alemania y quizá pronto de Francia. Y aunque la tasa de crecimiento española baje del 4% al 3,5%, o incluso al 3% --hecho previsible si se sabe que la construcción, por sí misma, añadía un punto anual a nuestro PIB--, seguirá siendo superior a la media europea. Al fin y al cabo, perder impulso también reduce tensiones inflacionistas potenciales y puede enjugar hasta tres puntos de nuestro déficit exterior. Sería preferible, claro, mejorar este déficit por la vía de incrementar las exportaciones, pero se debe recordar que si se modera el crecimiento también se reducen importaciones (el cálculo es de tres puntos). Y, en fin, una remontada pequeña del tipo de interés puede ayudar al ahorro, que tanta falta hace. Así pues, nada parece dramático.

Pero lo que de verdad hace dudar de que podamos seguir navegando por aguas tranquilas es el enorme cambio producido en los mercados financieros en muy pocos años, que son los que sustentan muchos procesos de crecimiento. Esta transformación pasa desapercibida para el gran público, pero quizá también para los responsables de la política económica. Hace ya años que la liquidez (ahorro acumulado) del sistema financiero está fuera de lo normal, de modo que la innovación financiera ha sacado ventaja creando nuevos y más sofisticados productos. Como resultado, el sistema hoy es tan difícil de predecir como de gobernar.

Es el caso, por ejemplo, del gran superávit comercial chino, cuyos beneficios se invierten en países desarrollados y no en la misma China. Más liquidez significa que la banca de inversión, los fondos de cobertura (hedge funds ) y los fondos privados (private equity ), lo están comprando casi todo. Así aparecen nuevos productos que hablan de colateralizar una deuda (garantizarla), titulizar (convertir un préstamo en títulos cotizables) y derivar (reducir el riesgo con otros inversores) en busca de otros mercados y propietarios de un capital apátrida. Esto significa que el riesgo se diluye mucho, pero ojo, porque, al mismo tiempo, las condiciones de entrada y salida del crédito se hacen mucho más volátiles y fácilmente contagiables. Los citados fondos que lo compran todo , las hipotecas de malos pagadores --subprimas en EEUU--, los bonos basura o incluso lo que hoy se conoce en el argot como los bonos toxic waste (pérdida tóxica), son, por descontado, totalmente indiferentes a la idiosincrasia de un país, por muy objetivables que puedan ser sus perspectivas de futuro a corto plazo.

Que, de momento, la economía española marche bien o menos mal, no ha de dar tranquilidad. Lo que importa es saber refundarla antes de que el ladrillo y la inmigración dejen de tirar de ella. No hay que fiarse de las apariencias.

*Catedrático de Economía