El presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, debería dejarse de subterfugios como "escenario bélico" y reconocer que la situación en Afganistán es de guerra. Con ello ajustaría el léxico a la realidad y, de paso, neutralizaría las críticas del jefe de la oposición, Mariano Rajoy, cuya mayor preocupación reside en la terminología y no en los objetivos de la misión a juzgar por su intervención de ayer en el Congreso. Y, sin embargo, lo más importante es comprender y transmitir a la opinión pública por qué España mantiene un cuerpo expedicionario de 1.500 militares en el corazón de Asia.

Hay que tener en cuenta que un 70% de los españoles piensan que España debería retirar sus tropas de Afganistán inmediatamente o como muy tarde en 2011, según la encuesta Transatlantic Trends, difundida ayer por la Fundación BBVA. La encuesta señala en concreto que un 35% de los españoles consultados para este estudio de opinión pública creen que Rodríguez Zapatero debería empezar a retirar las tropas inmediatamente, y otro 35% piensan que esa retirada debería comenzar en 2011 si las circunstancias lo permitiesen.

Puesto que no hay duda sobre la consistencia legal de la misión, bendecida por la ONU, lo que conviene es insistir en las razones para permanecer en Afganistán, arrostrar los riesgos que conlleva y explicar por qué el erario ha destinado en casi nueve años 1.900 millones de euros. En cuyo caso es indispensable, también, llevar al ánimo de los ciudadanos que la presencia en el pedregal afgano de una fuerza de estabilización dirigida por Estados Unidos se inscribe en lo que se entiende por seguridad global o, dicho de otra forma, respuesta global al terrorismo islamista. Todo lo cual excluye siquiera la posibilidad de que los militares operen como integrantes de una oenegé y obliga a aceptar el hecho de que existe un adversario en armas. Si se concretan estos datos, tiene poco fundamento defender la necesidad de salir de Afganistán cuanto antes. Ni siquiera el calendario que maneja Estados Unidos para iniciar la vuelta a casa a mediados del año próximo, el que discutirá en noviembre la OTAN y el que eventualmente puede tener en mente el presidente Hamid Karzai, pueden soslayar el dato cierto de que Afganistán está más cerca de convertirse en un Estado fallido que en construcción.

Las elecciones legislativas del sábado son una muestra fehaciente de la debilidad institucional afganesa. Porque, sea cual sea el resultado, existe el convencimiento de que las estructuras de poder locales, la presencia de los talibanes en el 40% del territorio y la corrupción rampante prevalecerán. Por todo esto tiene sentido la misión en Afganistán, aunque entrañe situaciones tan difíciles de digerir como el atentado del mes pasado de un talibán en la base de Qala-i-Now.