En los últimos diez años he oído aceradas críticas acerca de la globalización e incluso maldiciones, más o menos soterradas. La teoría que sustenta la hipótesis es que la globalización ayuda a que los ricos controlen de manera global las finanzas, y eso hace que los pobres aumenten. Esto último no es cierto. Los pobres no son más a causa de la globalización, aunque con esto sucede como con las víctimas en carretera, que por mucho que disminuyan siempre nos parece una barbaridad que tanta gente fallezca todas las semanas. En cambio, lo primero lo ignoro. No sé si los ricos son más ricos con la globalización, pero respecto a los pobres hay un dato contrastable y es que, antes de la globalización, no sabíamos cuántos eran ni dónde estaban situados y, ahora, se tiene un conocimiento bastante aproximado de dónde se concentra el hambre y la miseria. Conste que no soy un experto en la globalización, pero sí estoy convencido de algo, y es que merced a la globalización esta crisis financiera será más llevadera que en un mundo menos globalizado.

La celeridad de las noticias de los fallos del sistema financiero y las predicciones científicas sobre la catástrofe que se avecinaba han hecho reaccionar a gentes tan renuentes a intervenir en los mercados como los ultraliberales estadounidenses. En un mundo más estanco y menos fluido esto hubiera sido imposible, y lo más probable habría sido un derrumbamiento de Estados Unidos, seguido de un derrumbamiento europeo, y, a continuación, una catástrofe en los países emergentes. Lo de 1929, pero a tamaño universal, incluidos China y Japón, que tienen sus inversiones en Estados Unidos y en Europa. Los pobres, o sea, los contribuyentes, vamos a correr en socorro de los ricos. Esperemos que para que estos no empobrezcan y los demás no nos convirtamos en miserables se tomen garantías. Pero no olvidemos que vamos a salvar los muebles gracias a la globalización.

*Periodista.