El tratamiento que algunas cadenas de televisión hicieron el pasado fin de semana de la agonía de Rocío Jurado me pareció sinceramente indigno, por desmesurado y por morboso. Alguien dirá: esto te sucede porque no eres precisamente un fan de la cantante y de lo que representa. Cierto, no lo soy. Pero tengo la sensación de que si lo fuese, estaría todavía más indignado. Porque no creo que este tratamiento excesivo y fuera de las reglas básicas del periodismo sea precisamente un homenaje a Rocío Jurado, una forma de reconocimiento. Me parece más bien una exploración de su imagen y de los sentimientos positivos que puede despertar, que no juega a su favor, sino en su contra. Me refiero fundamentalmente a la proliferación de conexiones en directo sin información de ningún tipo, dedicadas a la exaltación del tópico, cuando no a la insinuación o al cotilleo. Me refiero a la sobrevaloración del caso en algunos informativos pretendidamente serios. Me refiero al exceso, pero sobre todo a la vulneración de las reglas del juego periodístico, que piden no confundir el rumor con la noticia y que exigen que el derecho a la información se contrapese con el derecho a la intimidad de las personas. La agonía en directo es siempre un espectáculo triste. Si se le pone encima una lente de aumento y un espejo deformante, si se adereza con desmesura y con rumores, el espectáculo se convierte en estremecedor. No hay derecho. No tenemos derecho, como periodistas, a convertir la agonía en espectáculo. Tenemos el derecho y la obligación de informar de todo aquello que pueda interesar a nuestros espectadores, aunque no nos interese tanto a nosotros, mediadores ante la opinión pública y no gurús que la interpretan a su medida. Pero informar significa también medir, contrapesar y situar las cosas en su sitio. Informar significa dar información, así como evaluar, aplicar un criterio de proporción, establecer prioridades y jerarquizar. Se me dirá que hay famosos que han convertido su vida en espectáculo y que por tanto no tienen derecho a quejarse. No sé si es el caso de Rocío Jurado, supongo que no. Pero sí es el caso de otros: han vendido su intimidad y, por tanto, no pueden escandalizarse cuando se viola esta intimidad. No pueden sorprenderse y poner el grito en el cielo cuando se airea su vida íntima, que forma parte de un mercado del cotilleo del que se han beneficiado. De acuerdo, aunque probablemente este no sea ahora el caso. Pero aunque alguien venda su intimidad, los periodistas --y todavía más los medios-- debemos establecer públicamente qué creemos que constituye noticia y qué no.

XENTIENDO QUEx la muerte de Rocío Jurado, situada en sus proporciones justas, será una noticia. No veo la noticia en su agonía, en las visitas de última hora, en los rumores y en las insinuaciones sin contrastar ni confirmar. No es únicamente el derecho a la intimidad de los que están en el espacio público. Es el derecho de los espectadores a unos medios que respeten las reglas del juego. No me considero un puritano de las reglas del juego periodísticas. La materia prima de la información no es solo lo importante, sino también lo interesante. No es lo mismo. Pueden ser interesantes cosas de muy poca importancia, y los medios deben recogerlas. Pero si ya es subjetivo establecer qué es importante, imaginen establecer qué es interesante. Creo que el ciudadano debe poder acceder a toda aquella información que le interesa, por inadecuado que pueda parecernos su interés. No creo en el despotismo ilustrado de los medios y los profesionales que no se rigen por lo que creen que interesa a sus clientes, sino por lo que creen que debería interesarles. Por tanto, estoy más bien a favor de la manga ancha y de la autorregulación y no de las sanciones y los controles externos. Pero el precio de esta libertad es un ejercicio de responsabilidad. En general, la responsabilidad de los medios es distinguir la información del rumor, del cotilleo y de la especulación. No vender como información lo que solo es insinuación. Buscar una cierta proporción o, como mínimo, evitar la desproporción manifiesta. Y sobre todo, ser coherente con el propio discurso y con los propios objetivos, especialmente en el caso de los medios públicos.

Creo que estas reglas deberían servir siempre. Para la agonía de Rocío Jurado o para la victoria del Bar§a en la Liga de Campeones. Creo que una cadena pública no puede dejar de emitir el informativo del domingo a la hora que corresponde porque está dando una carrera de coches. Creo que los informativos de todas las cadenas no pueden dedicar toda la información del Festival de Cannes a decirnos que las mujeres de Volver han ganado el premio a la mejor actriz y no decir ni una palabra de quién ha ganado la Palma de Oro, por muy patriota que se sea. Existen reglas. Pero cuando de lo que se trata es de la agonía de una persona, las reglas son todavía más importantes. Lo son siempre. La seriedad. Los medios deben explicarnos cuál es su ideología periodística, cuál es su concepción de la información. Y cumplirla. Deben decirnos si los informativos son o no son su prioridad. Si están por unos informativos amarillos --y España, el amarillo siempre tira al rosa, en prensa-- o si nos proponen informativos serios y rigurosos. Deben decirnos que no están dispuestos --o sí-- a convertir la muerte en espectáculo. Decirnos que no quieren confundir los rumores con noticias; especulación con información. El fin de semana esto no funcionó. O nuestros medios no tienen unas reglas del juego homologables o, si las tienen, no siempre las cumplen.

*Periodista y escritor