TAtgosto es una huida de lo cotidiano, un paréntesis para agarrar un poco de aire, impulso para seguir hacia delante. El tiempo detenido en los asuntos cotidianos sirve para meditar sobre las cosas de cada día. Esa ocupación no se escapa de nadie. El presidente del Gobierno tendrá que decidir que hace con la legislatura; si opta por acabar su mandato hasta la primavera del año que viene o si en otoño disuelve Las Cortes para adelantar las elecciones. Las dos opciones tienen sus pro y sus contra. Mariano Rajoy tratará de encontrar su discurso perdido.

Otra vez el terrorismo tiene la cualidad de marcar la agenda política. Se sabe que su dirección ha dado orden de matar y se constata la debilidad estructural de la banda por el número y la cualidad de los militantes detenidos desde que la tregua quedó rota. Pero también tenemos los puños apretados desde la consciencia de que tarde o temprano estallará la primera bomba. ¿Pueden afectar los atentados de ETA al calendario electoral?.

El desgaste promovido por el proceso de paz y por su fracaso se va amortizando con el paso del tiempo. Cada día que pasa sin un muerto es un respiro para Zapatero. Mariano Rajoy es un político que ya no tiene discurso; da la impresión de que se pasea por España haciéndose fotos que los periódicos publican a regañadientes. Ocurrió en Ibiza cuando buscaba contaminación en las playas, buscando su propio Prestige. Ha sucedido en Barcelona, rastreando el descontento detrás del apagón eléctrico sin que nadie haya hecho mucho caso al amortiguado dirigente popular.

Si Rodríguez Zapatero tiene que meditar sobre la fecha electoral, Mariano Rajoy lo tiene mucho más complicado: tratar de buscar un discurso renovado frente al terrorismo de ETA. Pero también frente a casi todo.

Ahora, con millones de españoles desplazados durante el mes de agosto, hay que rezar para que ETA no logre su objetivo, mientras Zapatero y Rajoy tratan de encontrarse a sí mismos mirando al infinito de agosto, que en realidad es demasiado corto.