WEw na nueva preocupación ha venido a añadirse al cúmulo de inquietudes que padece el hombre moderno. La nueva amenaza se llama polonio 210 y llega en forma de dramática historia de agentes secretos en un episodio que remite a la guerra fría. Todo indica que el antiguo agente ruso Aleksandr Litvinenko fue envenenado con esa sustancia. Ayer se supo que Mario Scaramella, el experto italiano en seguridad que comió con el exespía el día que este cayó enfermo, también lleva el veneno en su cuerpo.

Los ciudadanos europeos nos enfrentamos en este caso a una doble inquietud. Por un lado, se han detectado trazas de radiactividad en aviones de British Airways en los que, presuntamente, fue transportada la sustancia. Los pasajeros que volaron en esos aparatos deben ahora hacerse pruebas para descartar que hayan sido afectados. Esto produce cierta alarma, pero es importante subrayar, como han señalado las autoridades sanitarias, que la posibilidad de contaminación es "extremadamente baja". Dadas las características de la sustancia y que en los aviones solo se han detectado trazas de radiactividad, es cierto que las posibilidades de que los pasajeros hayan sufrido daño son casi nulas. El exespía ruso murió porque una mano criminal hizo que la sustancia entrara dentro de su cuerpo, no porque fuera irradiado por una fuente exterior de polonio.

La segunda preocupación, esta ciertamente inquietante, se produce por los indicios de que podemos estar ante un crimen de Estado. Moscú debería dar explicaciones más convincentes ante lo que parece la vuelta a la pesadilla de los tiempos del telón de acero.