THtay muchas maneras de despedirse. A la francesa, por ejemplo, sin saludo alguno, que es como debe abandonarse una fiesta soporífera. Las despedidas de verdad, sin embargo, las que dejan huella, van envueltas en una neblina nostálgica por lo que tienen de irreversible. Marcan un punto de inflexión y prometen reencuentros que no se darán; por eso son tristes. La melancolía suele espesarse aún más en los aeropuertos, en la estación de autobuses, en el andén, porque, en el fondo, la vida es viaje y los raíles rara vez vuelven a entrecruzarse. El cine ha sabido explotar con maestría el efecto de la separación, como al final de Casablanca, cuando Rick (Humphrey Bogart ) e Ilsa (Ingrid Bergman ) zanjan su historia imposible al pie del bimotor:

---Si ese avión despega y no estás en él, te arrepentirás. Tal vez no ahora, tal vez ni hoy ni mañana. Pero sí más tarde, toda la vida.

---¿Nuestro amor no importa?

---Siempre nos quedará París. Al adiós de Zapatero en el Congreso le faltó tensión dramática, quizá porque no era una despedida, sino la parte contratante de la primera parte del discurso. Un poco absurda la explicación. Un poco absurdo el debate sobre el Estado de la nación, que redujo la solución del problema (la crisis económica) a la fecha concreta en que se marche el inquilino de la Moncloa. Sin aportar idea alguna más que la matraca, Rajoy pareció entonar durante toda la sesión aquella ranchera cuyo estribillo dice: "Porque estás que te vas, y te vas, y te vas, y te vas, y te vas, y no te has ido". La canción se titula No me amenaces (qué cosas). La he buscado en Youtube mientras escribo, y el amante despechado le espeta al partenaire indeciso algunas frases demoledoras: "Pues agarra tu rumbo y vete", "ya juega tu suerte, ahí traes la baraja/ pero yo tengo los ases".

Lo malo de esta ranchera que nos toca bailar --mejor dicho, este pasodoble arrambado-- es que nadie oculta un as bajo la manga. Ni el que está por irse ni el que se desvive por llegar.