WNwadie, ni dentro ni fuera de la Iglesia católica, daba grandes probabilidades a que se eligiese un papa que encarnase el regreso al aperturismo del concilio Vaticano II. Pero los sectores progresistas confiaban en que, concretamente, el designado no tuviese el perfil de Joseph Ratzinger , candidato predilecto de los ambientes más conservadores. Ahora, deberemos esperar y ver si este Papa mantiene o no la misma rigidez que cuando ejercía de guardián de la doctrina de la fe y de las antiguas costumbres. Porque es muy conocido por sus noes: no a que ejerzan magisterio los teólogos críticos, no al sacerdocio de las mujeres, no al matrimonio de los ordenados, no al preservativo y no a aceptar la homosexualidad.

APERTURA O DOGMA . Antes del breve cónclave, los cardenales se debatían entre dos posturas. Una representaba la apertura al diálogo con la modernidad en las costumbres y a aceptar el pluralismo dentro de la Iglesia. Eso suponía atender las inquietudes de los fieles de las sociedades desarrolladas, que rechazan determinadas doctrinas y que, paulatinamente, se alejan de la Iglesia pese a no perder sus creencias básicas.

Enfrente se hallaban los que pedían masfirmeza doctrinal ante lo que consideran un exceso de indiferencia y relativismo, aún a riesgo de que la Iglesia se reduzca a una minoría de convencidos. Ha ganado esto segundo, lo que el obispo Pere Casaldáliga consideraba que era "el ala derecha del Espíritu Santo" mientras él mismo, defensor de la teología de la liberación, formaba parte, siguiendo este juego de palabras, de la otra.

¿HABRA UN GIRO? Pocos esperan sorpresas de quien hizo una homilía tan fundamentalista como la de anteayer, la celebrada en la misa de apertura del cónclave del pasado lunes. Pero tampoco se pueden descartar gestos llamativos suyos. El primero ha sido la elección de nombre: el último papa que se llamó Benedicto renovó formalmente las condenas del modernismo hechas por su antecesor --el reaccionario Pío X --, pero en la práctica acabó con la caza de brujas de eclesiásticos liberales, animó la participación de los cristianos en la política y se mostró antibelicista, sin distinguir bandos, en la Gran Guerra.

Dada su edad, 78 años, algunos ven en Joseph Ratzinger un hombre de transición antes de que empiecen verdaderos replanteamientos en la Iglesia católica. Pero otros temen un recrudecimiento del invierno ideológico que ha existido debajo de la espectacular afabilidad de Karol Wojtyla.

En cualquier caso, cabe temer que de momento seguirán muriendo de sida miles y miles de creyentes del Tercer Mundo que obedezcan la consigna de que Dios prohíbe el preservativo.