La dimisión de la cúpula directiva de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España es altamente reveladora de la situación de desánimo que se vive en el cine español. Marisa Paredes, Joaquín Oristrell y Antonio Chavarrías, presidenta y vicepresidentes de la entidad hasta el jueves, aseguran que su marcha obedece a la voluntad de dar prioridad a sus carreras profesionales, justificación perfectamente legítima, pero que demuestra hasta qué punto el desgaste personal es grande, y las perspectivas, poco ilusionantes.

El abandono se produce apenas tres semanas después de que Eduardo Campoy dejara su cargo al frente de la Federación de Productores (Fapae). Una desafortunada coincidencia que más de uno puede interpretar como un sálvese quien pueda, pero que brinda, a cambio, la posibilidad de un relevo que dé nuevas vías de diálogo y nuevas ideas para desbrozar el difícil camino de una industria precaria. Esa búsqueda de soluciones, sin embargo, está condenada al fracaso si las televisiones siguen incumpliendo la normativa sobre la financiación y exhibición de cine español y el Ministerio de Cultura mantiene su improductiva política de mirar hacia otro lado.