Las superficies blancas del planeta, polos y glaciares, reflejan, por ser blancas, más del 80% de los rayos solares que se reciben en ellas; por tanto, contribuyen significativamente al enfriamiento del planeta. Si las superficies blancas disminuyen, por efecto del aumento global de la temperatura terrestre, se funden más rápidamente y, lógicamente, reflejarán menos rayos y la Tierra se calentará un poco más rápidamente. Esto hará que, a su vez, las superficies blancas disminuyan todavía más y así sucesivamente se entra en un círculo imparable que continuará elevando la temperatura de la Tierra sin que el hombre pueda hacer nada para solventarlo.

Lo mismo ocurre con el metano que se desprende al deshelarse los suelos árticos de Siberia y Canadá. El metano tiene también una gran responsabilidad como gas de efecto invernadero, entrando, como en el caso del hielo, en círculos que se autoalimentan individualmente cada uno, pero que a su vez lo hacen entre ellos acelerando muy rápidamente el proceso de calentamiento global. Esto no es todo, el aumento de la temperatura hace aumentar la evaporación de los mares y lagos llevando vapor de agua a la atmósfera. El vapor de agua también contribuye a un efecto invernadero similar al del dióxido de carbono y el metano. En resumen, a más calor menos superficies blancas, más metano liberado, más evaporación y menos reflexión de rayos, entrando así en dinámicas imparables que se retroalimentan.

Está científicamente probado que en las dos próximas décadas nuestro planeta entrará en una espiral acelerada de calentamiento global que nos llevará a una existencia dramática e insoportable. Cada año, mundialmente, se emiten más gases de efecto invernadero y los gobiernos no hacen nada realmente eficiente para detenerlo. Y así estamos. Y nosotros ¿qué estamos haciendo al respecto?