Nunca es fácil descifrar los objetivos de las provocaciones de la hermética y aislada Corea del Norte. En el pasado, el régimen dictatorial de Pyongyang ha hecho demostración de su fuerza para mejorar su posición en la mesa de negociación, ya sea con Corea del Sur o con los países que vigilan su programa nuclear. En los últimos meses, nuevos elementos suman incógnitas al comportamiento norcoreano. Desde el hundimiento de un buque de la marina surcoreana en marzo, causando la muerte de 46 marineros, la tensión en la península no ha dejado de subir. El último intercambio de disparos entre los ejércitos de las dos Coreas es uno de los incidentes más graves entre ambas desde la guerra que les enfrentó en los años 50. De los nuevos elementos, el más llamativo es sin duda la sucesión de Kim Jong-Il, el líder enfermo, que ha ungido como sucesor a su hijo Kim Jong-Un. Un proceso de transición crea siempre tensiones y en un régimen militarizado como es el norcoreano es de suponer que el traspaso de poder dinástico, despierta como mínimo luchas en la cúpula militar. Otra novedad es la exhibición de poderío nuclear al mostrar al mundo una nueva y moderna planta de enriquecimiento de uranio. Un tercer aspecto es el endurecimiento de Corea del Sur en cuestiones vitales para Pyongyang, como la ayuda alimentaria, cuando se vislumbra una nueva hambruna. En estas circunstancias, el nuevo y alarmante brote de hostilidades hace de la península coreana uno de los puntos más peligrosos e imprevisibles del planeta.