Lo he escrito varias veces, y rogaría al sufrido lector que me disculpase si me repito. Me refiero a mi relación tempestuosa con eso que alguien llama el cine español. Desde que los cómicos de la legua protagonizaron hace algún año una algarada de determinado signo, prometí que ni una sola peseta de mi faltriquera iría a parar a sus cuentas corrientes. No porque no estuviera de acuerdo con aquellas panfletarias manifestaciones de los Bardem y otros muchos, sino porque se les vio el plumero indecente desde el primer momento. La cultura a base de subvenciones me parece una ordalía repulsiva. Total, que a ver si nos entendemos.

Hubo un cine español magnífico en los cincuenta, cine en blanco y negro, policiaco, costumbrista, con unos medios ínfimos, pero digno y decente a carta cabal. Y mucha farfolla también, claro; muchísimas películas floclóricas que daban risa y pena. Cuando llegó el fin de aquel régimen tan denostado, se abrió la poterna de la exclusa y llegó la libertad sin ira, hicieron películas buenas, muy buenas, generalmente a base de guiones de nuestros clásicos: Galdós, Delibes y otros. Y también hicieron cientos de películas penosas y lamentables sobre aquella ridiculez del destape y otros traumas sexuales. Luego nos hemos enterado de que la industria nacional del cine nos ha estado tomando el pelo a base de bien, llevándose la pastizara del Estado para hacer películas cochambrosas, que luego ni se llegaban a estrenar.

El turbión de las modas nos ha traído en las ultimas décadas la avalancha del libertinaje, que me parece muy bien, el que quiera ver eso que lo vea, lo malo es que los que queremos otras cosas no nos encontramos más que con series y películas en las que no faltan, ¡y con papel fundamental!, los y las monfloritas de todo signo.

Y he ahí que, por fin, los amantes de la Historia de España y nostálgicos, ¡sí, señor, nostálgicos!, de otros tiempos y otras gentes, hemos podido disfrutar en la pantalla de una película española como queríamos ver desde hace demasiado tiempo.

Las novelas de Arturo Pérez Reverte sobre ese personaje, Alatriste , no me parecen modelo de perfección, pero las he leído todas agradablemente y agradeciéndole al autor que rescatara unos tiempos, y unos tipos, en los que los que nos sentimos españoles sobre todas las demás mandingas, estuvimos digna o indignamente en la cresta de la ola, o de la historia.

¡Una película española magnífica para este su seguro servidor! Y al que no le haya gustado que arree. Unos diálogos tremendos, unas escenas de lucha sin concesiones a las florituras y a las tonterías, unos escenarios maravillosamente logrados y un contraste entre el mundo de la realeza y el de los menesterosos, como Alatriste, que quitaba el hipo.

Me he sentido orgullosísimo de ser lo que soy, y sobre todo de ser lo que fuimos, orgulloso de que en unos siglos atrás hubiera tipos como Alatriste (trasunto del capitán Contreras ), Cortés, Valdivia, Núñez de Balboa o Pizarro . A cuerno quemado ha debido saberle a todos esos que hoy detestan nuestra Historia y que no cesan en su empeño de cuartear y desmigajar la vieja piel de toro.

En fin, gracias a Diaz Yanes y a todos los que han puesto la plata para su realización, gracias a Viggo Mortensen , que ha hecho un estupendo Alatriste, y gracias a Arturo Pérez Reverte por habernos hecho sentir más españoles; hoy, que al que luce el rojo y el gualda, si se descuida, lo tildan de faccioso. Ya era hora de ver una película española como Dios manda, hombre. Ya era hora.

*Escritor