Cuando hablamos de ferias ganaderas extremeñas siempre se nos vienen a la cabeza las grandes citas de la Feria Internacional Ganadera de Zafra (FIG) y la Agrogadera de Trujillo. Sin duda esos certámenes son referentes de excelencia y fechas marcadas en rojo para los profesionales del campo, pero me gustaría reivindicar hoy el papel de las pequeñas ferias rurales, con cifras menos espectaculares pero igualmente exitosas, como la que el pasado fin de semana tuvo lugar en Albalá.

Con solo quince años de trayectoria y una gran tradición, me ha sorprendido gratamente ver las naves llenas de buen ganado y ambiente exclusivamente vaquero. Era la primera vez que iba, pero creo se ha hecho un gran trabajo. Porque eso es lo que está acabando por ejemplo con Zafra, que la fiesta y la política están ocultando lo más importante: los animales. Hace ya años que la FIG se ha convertido en espectáculo para público no especializado y ha dejado arrinconado el ganado. Sí, un millón de personas visita Zafra, pero, ¿cuántas van a hacer tratos o a comprar un semental?

Las subastas tradicionales han acabado como algo pintoresco y casi romántico. Lo cierto es que el papeleo para llevar un ejemplar a una feria es tan grande que muchos ganaderos desisten. El número de ganaderías participantes se está reduciendo y da la impresión de que son siempre los mismos los que compiten entre sí, más por una cuestión de costumbre atávica que por mejorar la raza.

Las instalaciones de Albalá, aunque mejorables, están bien equipadas. Falta un rodeo para los concursos morfológicos. Pero la variedad de ganaderías y la calidad no tenían nada que envidiar a otras ferias. Eso sí, la muestra comercial es mínima y la jornada técnica escasa. Pero al final, lo que importa es que los profesionales, los ganaderos, estén contentos, pues son los protagonistas, y a muchos eso se les olvida. Refrán: Beba mi ganado en el Tajo, aunque lama guijarros.

*Periodista.