XSxi alguna vez los varones españoles llegamos a ser adultos maduros y consecuentes no habrá que echarle la culpa a los guionistas de series televisivas nacionales ni a los creadores de anuncios publicitarios. Los pobrecillos se esmeran lo suyo en dar una visión juvenil y alegre del género. Tan juvenil que la mayoría de los personajes masculinos que tienen juego en series como Los Serrano, Aquí no hay quien viva, Siete vidas o Mis adorables vecinos no superan el coeficiente intelectual de un niño de cinco años. Esto es algo que deben tener muy en cuenta los futuros guionistas de la televisión extremeña. Hay que tomar ejemplo de las cosas que funcionan. No vaya a ser que a los de aquí, por ir a la contra, les dé por sacar en nuestra pantalla a taberneros que trabajan, a mecánicos que mecanizan, a maestros con autoridad, a padres responsables, a jóvenes que dedican las horas a otra cosa que no sea ligar y pensar en idioteces. Eso nunca, un poquito de por favor. La vida es demasiado breve como para malgastarla en filosofías que a nada conducen. Y, además, cuando estas cosas funcionan será por algo, y es de cortés talante entregar a la gente lo que pide. No hay que ser tan engreídos como para dar por supuesto que si las cosas tienen éxito es porque el personal anda a la que salta y se hacen los programas tomando el rasero del último de la clase. No señor. Quizá lo que ocurre es que la audiencia está deseando que alguien les eche a sus vidas un poco de salero y de esa inteligencia que caracteriza al progresista actual. Eso explicaría el porqué del éxito de programas como los citados y aun de otros peores. Dan otra visión del mundo. Es lo bueno que tiene la televisión, que te hace ver esquinas de la realidad que tú nunca verías con tus propios ojos. Yo, por traer al caso el ejemplo que más a mano me cae, nunca en todos los días de mi vida he tropezado con una taberna donde los dueños trabajen menos y con tan pingüe beneficio como la de Los Serranos. Nunca he visto a mujeres tan perfectas, a niños tan cafres ni a adolescentes tan tarados como esos que muestran las series, y si no fuera por el ingenio de estos guionistas seguramente me quedaría sin degustar tales primores hasta el final de mis días. Y ya ven ustedes qué manjar me habría perdido.

Y otro tanto podría decir de los anuncios televisivos. Hemos alcanzado un grado de equilibrio tan exquisito que ya nadie se atreve a dispensar aquel trato de cacharro electrodoméstico tan vejatorio para la mujer que solían gastar nuestros padres. Ahora, vaya una cosa por la otra, a quien se veja es al hombre. Nos sacan en los anuncios convertidos en androides de lavar y planchar. Y lo cierto es que ni en eso salimos bien pintados. Porque, por lo general, siempre aparece un hombre patoso y con cara de primo junto a una señora con pinta de no haber pasado nunca por el trance de averiguar qué cosas son los números rojos, que con una simple llamada telefónica nos suple por otro al menor percance. Si uno fuera mal pensado podría llegar a la conclusión de que esto no es inocente. Que se esconde una aviesa intención detrás de tanto hombre inservible y de tanta mujer perfecta. Incluso pudiera darse el caso de que, alguien con los colmillos más retorcidos que los míos, se atreviera a insinuar que de lo que aquí se trata es de convertirnos a todos en mujeres, en despertar ese lado femenino que tanto tiempo lleva dormido a nuestro costado y sacarnos a la calle bien depiladitos, a comprar cosméticos, a fijarnos en las marcas de nuestras prendas, a pedir cita anticipada con el peluquero y hacernos unas extensiones. Y es que, bien pensado, el hombre clásico tendría su encanto, pero, hija, no es rentable.

*Escritor