El paso por Gibraltar del crucero británico de recreo Aurora, que navegaba por el Mediterráneo con más de 3.000 turistas, muchos infectados por un virus intestinal, ha sido la excusa para que el Gobierno del PP reabra el viejo contencioso entre España y Gran Bretaña en su versión rancia. Con el argumento de que otros puertos se habían negado a acoger al buque y de que la enfermedad era contagiosa, el Ejecutivo cerró preventivamente la frontera española con Gibraltar. Una decisión muy distinta, por cierto, de la adoptada cuando el submarino nuclear británico Tireless hizo una peligrosa reparación que duró meses en aguas gibraltareñas.

Desde el caso Prestige, con los resultados conocidos, parece que la doctrina única del PP --pateras incluidas-- es la de alejar cualquier problema que llegue por mar. Se ha aplicado el mismo principio al Aurora, dándole el mayor estrépito posible: clausura temporal de la verja, exigencia extrema para los pasajeros desembarcados y cuarentena para las próximas 24 horas. Es una lástima que tanta precaución parezca más un gesto de índole política de Madrid, ya que el suceso afecta a una zona sensible para su diplomacia, que un deseo real de evitar contagios y ayudar a las víctimas.