Seguramente hayan oído estos días comentarios acerca de la (brutal) caída en la cotización del gigante alemán Deutsche Bank. Probablemente, si se han interesado algo más, habrán comprobado que empiezan a proliferar rumores sobre la necesidad de preparar un rescate de urgencia por parte del gobierno alemán. Y si, además, caen presas del fácil canto de sirena de esa prensa adicta al pánico (esa que tiene por principio lo que bien llaman la «dictadura del click») incluso repararán en una cuestión, cuya sola mención remueve nuestra memoria reciente: ¿es el Deutsche Bank un nuevo Lehman Brothers?

Igual que la caída de Saulo, cuando Lehman Brothers se descabalgó en 2008, nos despertó a todos a una nueva realidad. Nuestras creencias inamovibles sobre nuestras economías como fortalezas irreductibles desaparecieron mientras colapsaba el banco de inversión en nuestras pantallas. De aquel terremoto financiero, tenemos efectos que son réplicas aún hoy.

Hablar de un «Lehman europeo» es tentador, por lo sensacionalista, y aterrador, más ahora que vivimos anestesiados en un mar económico en calma (que no es tal). Toca responder a la pregunta sobre si una liquidación del Deutsche Bank (peor escenario) nos coloca en aquel terrible punto de partida. La respuesta es no. Por mucho que haya similitudes en ambos casos (las hay), no hay margen para otro septiembre de 2008. Primero, porque se ha diluido el «efecto sorpresa» y la economía mundial se encuentra más desapalancada (excepción de los bancos centrales) y, desde luego, con mayor alerta ante situaciones de este calado. Segundo, porque el desastre de Lehman nacía no en su desequilibrio de balance (solvencia, en definitiva), sino en la falta de liquidez para operar. Lo que no ocurre ni remotamente en el caso alemán.

Pero, en cierto modo, Deutsche Bank nos desvela un «año cero» respecto de los problemas a los que se enfrenta la economía europea. Riesgos vinculados al hecho de que Europa se encuentra excesivamente bancarizada (los activos bancarios superan el 320% del PIB de la UE, frente a un 80% máximo que existe en Estados Unidos). E igualmente nacen de la complacencia de los distintos gobiernos, que ven la llamada a la reducción del gasto público como un sumidero de votos e impera la visión cortoplacista de la pata adelante.

Primero, ya está dicho, la economía europea tiene una perniciosa dependencia funcional del sistema bancario. Cuya alternativa, sólida en economías como Estados Unidos, aquí es como mínimo incipiente. Draghi avisa constantemente: no será fácil que vuelva la rentabilidad de la banca. Con los tipos a cero, la una barra de liquidez del BCE se convierte en una trampa, ya que no se usa totalmente y acaban depositando el exceso en el mismo Banco Central… que les cobra por ello. En el centro de todo nos encontramos con un modelo de banca que ya no es rentable, sobredimensionado, y con una clientela que demanda más rápidos y mejores servicios. A menor precio. Da igual que las acciones de muchos bancos europeos estén «baratas»: los inversores huyen de aquellos negocios que no tienen claro su modelo.

Claro, segundo, en ese escenario, cualquier problema para el Deutsche Bank se deberá solucionar vía entrada de capital. Pero, como hemos dicho, ¿de quién? Ante una falta de inversores surge la duda de si habrá inyección de dinero público. Merkel no se engaña: sabe que un eventual colapso del banco es un problema sistémico para toda Europa. ¿Seguirá aferrada a la rígida política de no permitir rescates públicos o de pedir a Draghi que frene su apuesta por la expansión monetaria? ¿Les dirá a los alemanes lo que no dijo en Grecia o en España? Este es un riesgo difícil de medir: ya no solo hablamos de la solvencia del Deutsche (ahora mismo, ninguna) sino cómo se actuará desde la política frente a un problema sistémico de nuevo. Aquí, sí. Y al otro lado del charco.

Porque no hay duda de que el problema es global. Cierto que el banco ha pasado los test de estrés impuestos en Europa y se atreve a sacar pecho de su balance y ratio de capital. Pero es que esos controles no miden los instrumentos fuera de balance. Resumiendo, opciones y derivados. El ataúd de Lehman, que alcanza en el caso del Deutsche 41.000 millones frente a un capital propio de 16.000 millones.

E incluso el problema no es ese (muchas de esos instrumentos tienen cobertura) sino que nadie es capaz de medir ahora mismo, con precisión, las repercusiones y ramificaciones de un colapso. Hagan caso: nadie. Así que sigan con atención la evolución de este año cero.