El acuerdo alcanzado días atrás por la canciller alemana Angela Merkel con el líder de los liberales, Guido Westerwelle, para formar un Gobierno de coalición ha adquirido la tonalidad de una operación de rescate de la clase media, azotada por la crisis económica. La decisión de reducir algunos impuestos -sociedades, transmisiones-, congelar algunos otros -las cuotas empresariales para financiar la sanidad pública- y establecer nuevas desgravaciones para las familias se orienta en este sentido. El objetivo es contener el déficit a través de la austeridad y estimular la demanda mediante una reducción de las obligaciones fiscales, que de aquí al 2013, final de la legislatura, habrá puesto en manos de los consumidores 24.000 millones más que con la actual política impositiva.

Se trata, desde luego, de un cálculo teórico, porque algunos analistas ponen en duda que la reforma fiscal de cristianodemócratas y liberales mejore mucho los estímulos a la demanda puestos en marcha hasta la fecha.

Al mismo tiempo, los resultados obtenidos por los gestores de la economía durante la gran coalición han permitido a Alemania ser de los primeros países en presentar tasas de crecimiento del PIB. De forma que, a despecho del cambio de aliados de Merkel -antes los socialdemócratas, ahora, los liberales-, se antoja una imprudencia.