Suele ser la primavera la estación de las alergias pero a mí, todos los otoños, me ataca una intolerancia imprecisa con mucho estornudo escandaloso y moquiteo vergonzante. Y aunque aún no es otoño, ya sea el fin de agosto siempre crepuscular, ya sea el organismo humano que sigue siendo un misterio indescifrable, ando estornudando por los rincones, sin catarro alguno y sin razón aparente.

Y es que esto de las intolerancias abarca todos los meses del año y todos los campos de la vida. No se trata solo de lo que viene por el aire a perturbar nuestra paz y nuestra salud, tan imposible de controlar, sino que se extiende a las cremas, las medicinas, los alimentos o, por ejemplo, el veneno de los bichos, de modo que un simple mosquito de los que nos picaban de chicos en el campo o en la playa, antes de que existieran las fumigaciones para preservar el bienestar de los veraneantes, puede darnos un susto gordo.

Una cree mucho en la medicina, sobre todo en su médica de familia que es un amor, pero ha llegado a la conclusión de que, como una se observa a sí misma, nada de nada, sobre todo por aquello de la proximidad constante. Así que, aparte de constatar que el yogur bio con nueces, pese a ser un alimento sano y recomendable, cargado de calcio y de probióticos, le pone la tripa como un tambor, ha notado otras intolerancias más, que pese a no ser físicas, repercuten mucho en su salud mental.

Entre las alergias menores, una siente intolerancia atroz por las prendas compradas con ilusión en el mercadillo, símbolos frívolos de lo efímero y que solo tienen una puesta, ya que después del primer lavado pierden el color y la forma y nos proporcionan disgustillos leves pero innecesarios.

Entre las alergias mayores, una siente repelús ante esos españoles, pocos afortunadamente, ayunos de buenos modos y educación, que a gritos exigen en sus viajes, como dándoselas de algo y tomando posesión de lo que no es suyo. Créanme, lo he vivido este verano en mi bienamada Portugal y me ha provocado una intolerancia incurable además de una buena dosis de vergüenza.

* Profesora